Ocurrió el sábado pasado a la 1:35 de la tarde, en la carretera Ciudad Mendoza-Esperanza, en Veracruz, en el tramo conocido como Cumbres de Maltrata. Ese día, la hija de Araceli, Fernanda Salcedo, cumplía 33 años. Pero su familia no festejaba.
Desde 2012, Fernanda está desaparecida. Una noche, cuando tenía 21, fue a un antro en Orizaba. Iba toda vestida de rosa. Cuando llamó a su madre, antes de llegar, lo último que le dijo fue: “¿Sabes que te amo?”. Poco después la sacaron del lugar. Nunca más supieron de ella.
Araceli fundó el colectivo Familias de Desaparecidos Orizaba-Córdoba. Ahora tienen más de 360 integrantes. Desde hace años, Araceli vive con escoltas. Sabe que su vida peligra.
En 2020, le diagnosticaron cáncer de garganta fase 4. La han operado para quitarle dos tumores, la tiroides y 42 ganglios. Ahora, intentan salvarle el pulmón. Y para esta nueva fase en su tratamiento viajaba el sábado a Ciudad de México. En el coche de atrás iba un escolta. En una camioneta unos kilómetros adelante viajaba el otro escolta.
Era un viaje de rutina, hasta que llegaron a un punto en la carretera donde se han reportado recientemente muchos asaltos. Justo un día antes, la Guardia Nacional en la zona les reportó a los escoltas de Araceli que habían robado cinco camionetas. Ella no lo sabía.
Conducía su hijo. Ella iba de copiloto. En el asiento trasero viajaban su nuera y nietos. Araceli vio venir hombres con armas largas, equipo táctico, radio satelital. Creyó que asaltarían un tráiler. Le dijo a su hijo que avanzara en reversa.
Hasta que los delincuentes les apuntaron directamente a ellos. Les quitaron sus carteras, teléfonos, el Nintendo de su nieto. Lo que más le preocupaba a Araceli era que vieran el arma de su escolta. Un delincuente le decía a otro: “¡Trae niños!”. Al jefe no le importó.
“Órale, perra, bájate”, le dijo el jefe a Araceli. Bajaron al hijo, la nuera y los niños. Pero el coche tenía un seguro. No podía avanzar. Entonces, Araceli escuchó a uno de los delincuentes decir: “Súbelo, súbelo, que él maneje”. Entró en pánico.
“No, a mi hijo no, por favor, a mi hijo no”, les dijo. El hijo les gritó: “Mete freno y bótale el seguro”. Ahí, el delincuente liberó el seguro, se fue de reversa y golpeó la camioneta. La familia de Araceli estaba en plena carretera. Un hombre seguía apuntándole con armas largas.
Otro chofer grabó un video de la escena. Se ve la camioneta de Araceli, parada en una esquina de la carretera, mientras el coche de los delincuentes bloquea el paso. A su derecha hay un tráiler. Dice ella que el chofer del tráiler le indicaba con las manos: “Calma, calma”.
Atrás, se ven varios coches parados. Un hombre apunta a Araceli con un arma larga desde la esquina de la carretera. Ella lleva un vestido rojo. Llora, suplica, se lleva las manos a la cara. Cuando los hombres armados se van con su camioneta, ella cae, hincada. No para de llorar. Las personas de los otros coches se bajan a ayudarla. Su escolta la levanta del suelo.
“Yo miraba con impotencia tantos vehículos, tantas personas que estaban ahí. Todos veían”, me dijo Araceli en un mensaje que grabó al día siguiente, con su relato. “Entiendo su miedo. Pero no hacemos nada para acabar con este tema de la delincuencia”.
A menos de 3 kilómetros de allí, hay dos retenes de la Guardia Nacional. El escolta de Araceli que iba de avanzada reportó el robo a los oficiales. Pero nunca dieron con la camioneta. Araceli no lo entiende, dice que su camioneta tiene un sistema de seguridad, que debió pararse y bloquearse menos de 15 kilómetros adelante.
Ha pasado una semana y no hay ningún indicio de la camioneta ni los delincuentes. El Gobierno de Veracruz dijo que no hay mucho por hacer porque el asalto ocurrió casi en la frontera con Puebla. El Gobierno de Puebla dice que está investigando.
Araceli ha pasado la mayor parte de esta semana en el hospital, recibiendo el tratamiento para el cáncer. Dice que aún está en shock. Ha puesto una denuncia en la Fiscalía General de la República, pero no guarda muchas esperanzas.
Cuando cierra los ojos, ve de nuevo a los delincuentes encañonándola a ella, a su hijo, a sus nietos. Escucha a su nieto decirle que temía que se la llevaran. Escucha de nuevo a su hijo pedirles a los delincuentes: “Por favor, sólo denme la pañalerita de mi bebé”.
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