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| Laura Méndez de la Cuenca fue de las primeras feministas de México cuya obra fue minimizada por el simple hecho de ser mujer

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Ella es la causa por la que Rosario rechazó al poeta de Saltillo Manuel Acuña

Por Margarita Reyna

Publicado el martes, 27 de agosto del 2024 a las 06:32


Saltillo, Coah.- Aunque Rosario de la Peña era una mujer adelantada a su época, no podía ignorar el pasado del poeta saltillense y el escándalo relativamente reciente en ese tiempo de un hijo abandonado por Manuel Acuña concebido por la también poeta Laura Méndez de Cuenca. Acerca de Rosario de la Peña se sabe que […]

Saltillo, Coah.- Aunque Rosario de la Peña era una mujer adelantada a su época, no podía ignorar el pasado del poeta saltillense y el escándalo relativamente reciente en ese tiempo de un hijo abandonado por Manuel Acuña concebido por la también poeta Laura Méndez de Cuenca.

Acerca de Rosario de la Peña se sabe que también fue pretendida por José Martí y Manuel M. Flores, que eran, hombres ilustres y sin compromisos y la realidad era que Acuña sostenía una relación menos idealizada con una poetisa que a la postre se convirtió en una intelectual famosa: Laura Méndez de Cuenca.

En 1872 sostuvo una relación con la poetisa Laura Méndez de Cuenca, con quien procreó un hijo que murió de bronquitis el 17 de enero de 1874 un mes después que el poeta, a ella le dedicó su obra A Laura cuando terminó la relación y a su vez ella escribió sus primeros poemas Cineraria, Adiós y Esperanza, publicados en el periódico Siglo XIX.

No se sabe si Manuel Acuña reconoció al hijo que tuvo con Laura Méndez y si estableció algún vínculo con el recién nacido, que llegó al mundo en los días en que su padre se enamoraba sin remedio de Rosario de la Peña. Para esos momentos, los amores de Laura Méndez y el poeta ya habían terminado, pero no dejaban de ser un escándalo reciente.

¿A qué se debía esto? A que Laura Méndez había decidido vivir de acuerdo con sus convicciones: era independiente, libre y liberal en todos los sentidos de la palabra, dedicada a su labor intelectual. Era una digna hija de las instituciones que Benito Juárez había creado después del restablecimiento del régimen republicano.

En enero de 1874, poco tiempo después de la muerte del escritor, en el mismo panteón de su sepultura, se depositaban los restos de un bebé que “murió de hambre” hijo del poeta y de la escritora Laura Méndez de Cuenca – a quien le dedicó el poema “A Laura”.

En el frío enero de 1874, y no bien se asentaba la tierra que cubría, en el Panteón del Campo Florido de la Ciudad de México, al cuerpo del poeta Manuel Acuña, una madre afligida llevaba al mismo cementerio, a su bebé de pocos meses, muerto de bronquitis, de frío, de pobreza.

Los amigos del suicida sabían muy bien de la existencia de ese niño y prefirieron “ser discretos” sobre el tema, tanto porque cuadraba a sus espíritus románticos la trágica historia del joven enfermo de mal de amores, como porque la madre del bebé era amiga de ellos y hasta colega, pues esa mujer era Laura Méndez Lefort, quien competía en igualdad de talentos con los habitantes del mundillo intelectual del México del último tercio del siglo XIX. Ella sobreviviría a la leyenda trágica de Acuña y escribiría páginas interesantes en la vida de las mujeres de su época.

A LAURA.

EPÍSTOLA

Yo te lo digo, Laura… quien encierra
Valor para romper el yugo necio
De las preocupaciones de la tierra.

Quien sabe responder con el desprecio
A los que, amigos del anacronismo,
Defienden el pasado a cualquier precio.

Quien sacudiendo todo despotismo
A ninguno somete su conciencia
Y se basta al pensar consigo mismo.

Quien no busca más luz en la existencia
Que la luz que desprende de su foco
El sol de la verdad y la experiencia.

Quien ha sabido en este mundo loco
Encontrar el disfraz más conveniente
Para encubrir de nuestro ser lo poco.

Quien al amor de su entusiasmo siente
Que algo como una luz desconocida
Baja a imprimir un ósculo en su frente.

Quien tiene un corazón en donde anida
El genio a cuya voz se cubre en flores
La paramal tristeza de la vida;

Y un ser al que combaten los dolores
Y esa noble ambición que pertenece
Al mundo de las almas superiores;

Culpable es, y su lira no merece
Si debiendo cantar, rompe su lira
Y silencioso y mudo permanece.

Porque es una tristísima mentira
Ver callado al zentzontle y apagado
El tibio sol que en nuestro cielo gira;

O ver el broche de la flor cerrado
Cuando la blanca luz de la mañana
Derrama sus caricias en el prado.

Que indigno es de la gloria soberana,
Quien siendo libre para alzar el vuelo,
Al ensayar el vuelo se amilana.

Y tú, que alientas ese noble anhelo,
Mal harás si hasta el cielo no te elevas
Para arrancar una corona al cielo…

Álzate, pues, si en tu interior aún llevas
El germen de ese afán que pensar te hace
En nuevos goces y delicias nuevas.

Sueña, ya que soñar te satisface
Y que es para tu pecho una alegría
Cada ilusión que en tu cerebro nace.

Forja un mundo en tu ardiente fantasía,
Ya que encuentras placer y te recreas
En vivir delirando noche y día.

Alcanza hasta la cima que deseas,
Mas cuando bajes de esa cima al mundo
Refiérenos al menos lo que veas.

Pues será un egoísmo sin segundo,
Que quien sabe sentir como tú sientes
Se envuelva en un silencio tan profundo.

Haz inclinar ante tu voz las frentes,
Y que resuene a tu canción unido
El general aplauso de las gentes.

Que tu nombre doquiera repetido,
Resplandeciente en sus laureles sea
Quien salve tu memoria del olvido;

Y que la tierra en tus pupilas lea
La leyenda de una alma consagrada
Al sacerdocio augusto de la idea.

Sí, Laura… que tus labios de inspirada
Nos repitan la queja misteriosa
Que te dice la alondra enamorada;

Que tu lira tranquila y armoniosa
Nos haga conocer lo que murmura
Cuando entreabre sus pétalos la rosa;

Que oigamos en tu acento la tristura
De la paloma que se oculta y canta
Desde el fondo sin luz de la espesura;

O bien el grito en que su ardor levanta
El soldado del pueblo, que a la muerte
Envuelto en su bandera se adelanta.

Sí, Laura… que tu espíritu despierte
Para cumplir con su misión sublime,
Y que hallemos en ti a la mujer fuerte
Que del oscurantismo se redime.

 

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