Arte
Por Christian García
Publicado el jueves, 22 de agosto del 2024 a las 04:18
Saltillo, Coah.- La belleza está en el ojo de quien la mira. Así queda de manifiesto en el arranque de La Niña de Oro (Anagrama, 2024) la novela más reciente del escritor argentino Pablo Maurette, en la que un beso entre adolescentes es la escena más grotesca que una mujer mayor puede observar y describir sin miedo al asco. Pero la historia no se queda ahí, sino que avanza a un abismo de horror visceral por medio de un motivo simple: la muerte.
En particular la de Aníbal Doliner, un profesor de Biología que aparece sin vida en su cuarto. Esto en la Argentina de finales de siglo 20, por ello la atmósfera retro empapa el libro, pero no de una forma nostálgica como lo comprobará el lector. Por medio de su personaje principal, la secretaria de fiscal Silvia Rey, una mujer que como la define Maurette “oscila entre el pensamiento racional de un investigador y en la creencia muy fuerte de que el mundo se revela, a veces, de forma azarosa”. Ya que la protagonista se la pasa leyendo el mundo y encontrando pequeños detalles que conectan al reino del pensamiento con lo físico; a la ficción con su realidad.
Para Maurette, ese choque de dimensiones es lo que lo motivó a escribir este libro, pues “la intrusión de lo maravilloso y lo extraordinario en lo cotidiano siempre está presente y, creo, es como el germen de la literatura porque todos los seres humanos siempre hemos vivido en lo cotidiano y la literatura, en general, ha explorado otras dimensiones que no son las de la vida cotidiana, y el azar es un instrumento de la fantasía, y es también una manera de leer el mundo y las cosas.
“En ese sentido la protagonista de la novela, Silvia Rey, lee el mundo como si fuera un texto y busca las conexiones. Es, a su manera, una especie de crítico literario; yo creo que todos lo somos cuando buscamos esas conexiones, cuando les buscamos ese sentido a las cosas y cuando nos resistimos a creer que las cosas pasan porque sí, que no es mera casualidad, porque buscamos o preferimos pensar que hay un plan, un sentido, un camino que nos indica que los eventos y las cosas que pasan nos guían por ciertas direcciones. Ella oscila entre el pensamiento racional de un investigador, y en la creencia muy fuerte de que el mundo se revela, a aveces, de forma azarosa, y que el azar y la intuición juegan un rol fundamental en la tarea de la pesquisa de un fiscal”, comentó a Zócalo en entrevista.
Y una de esas conexiones del espacio es, precisamente, el cuerpo y lo que Maurette denomina su “lado B”, toda esa naturaleza que se prefiere no ver. En la novela, por ejemplo, aparece el albinismo como uno de los intereses de Doliner, una obsesión que lo vuelve un excéntrico, al igual que Rey y su padre lo son al pensar que todo tiene correspondencias.
Según explicó Maurette para él siempre ha existido “un interés en personajes excepcionales, medio monstruosos, en una visión del cuerpo que es alienante y monstruoso. Por eso la primera imagen es la de dos adolescentes besándose y que una mujer lo ve como algo inmundo, no como algo bello. Eso es un poco la gran ambigüedad que tiene el cuerpo para mí: por un lado es tan suave y bello, una fuente de placeres, gusto y gozo, pero a la vez es algo sucio y feo, por dentro es asqueroso, oloroso. Me gusta mucho la ambigüedad del cuerpo humano”.
Y esa especie de vórtice en lo que lo insólito se mezcla con lo prosaico es lo que convierte a La Niña de Oro en una novela especial. Definida por la crítica como heredera del género negro o del policial, es un libro que aborda la investigación desde otro ámbito, no desde las pistas dejadas por el autor, sino por la intuición del personaje.
Así, los asesinatos van llenándose de un ruido blanco que se repite y campanea, para llevar a Rey al mundo del misterio, acompañada por su padre, un hombre también obsesionado por las coincidencias, y el policía Carucci. Son esas campanadas de resonancia llamadas azar que aparecen a lo largo de la novela, lo que dotan a ese mundo de una especie de orden que Rey busca en, por ejemplo, los libros.
Para Maurette la literatura funciona así, no como un hilo que lo ayude a encontrar la salida en el laberinto caótico de la existencia, sino más bien en un espejo que refleje la vida común pero que lustrándose ofrezca una imagen más viva, más bella.
“No sé si la fantasía o la ficción la pienso como una forma de darle un sentido a una realidad caótica, pero sí como una herramienta para crear una otra realidad, una mejor, en el sentido de que es más reluciente, más bella. Creo que el arte supera a la naturaleza en ese sentido, porque la naturaleza trabaja en hierro y el arte lo transforma en plata o en oro, realza porque inventa una dimensión en donde las cosas lucen más. Es una dimensión en la que encontramos un sentido para conectar con nuestra vida, correspondencias y con el otro.
“Es algo que surge, también, de una vocación y de un afán. En mi caso escribir nunca fue una decisión, es algo que fue parte de mi vida: una manera de comunicarme. Porque creo, también, que la literatura es un modo de comunicación con el otro. Esa idea del escritor que escribe para sí mismo, sin pensar en el otro, no tiene sentido, yo no me la creo. Uno escribe para comunicarse con el otro, quizá otro nunca leerá lo que uno escribió pero eso no importa, porque uno ya está entablando un diálogo porque está contando una historia, y para que esto suceda tiene que haber alguien que quizá la escuche”, concluyó el escritor.
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