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El arte de escuchar

Por Irene Spigno

Hace 1 mes

¿Alguna vez les ha tocado intentar comunicar algo que para ustedes era muy importante, pero la persona con la que querían hablar, por distintas razones, no quiso escuchar?

Quizás sintieron que sus palabras no eran comprendidas completamente. Tal vez fue porque la persona a la que se dirigían no les estaban prestando atención. O tal vez se sintieron agredidas porque se comunicaron desde el enojo y la agresividad. A lo mejor, inclusive cuando trataron de ser asertivos, les dijeron de manera muy clara y fría que lo que intentaban comunicar no tenía valor ni importancia. Incluso, algunas veces alguien podría haberles dicho que no quería escuchar porque no le importaba su opinión.

Estos comportamientos de rechazo transmiten el mensaje de que nuestra opinión no cuenta, que no es importante, y nos invisibiliza, nos frustra y nos llena de enojo o tristeza. Es aún más doloroso cuando estas actitudes provienen de personas con las que tenemos un lazo muy fuerte, porque, al final de cuentas, sentimos que nos restan valor. Necesitamos mucha confianza y seguridad en nosotras y nosotros mismos, así como amor propio, para entender que este tipo de actitudes no nos definen; más bien, reflejan más de las otras personas que de nosotros.

Seguramente, muchos de nosotras y nosotros también hemos estado en el rol de quien no quiere, no puede o no sabe escuchar. Es decir, alguna vez no quisimos escuchar ciertas opiniones, ideas o discursos de alguien que estaba comunicarse con nuestra persona. Quizás en ese momento estábamos distraídos u ocupados en otras actividades que considerábamos más importantes.

Muchas veces, por ejemplo, no prestamos atención, a lo que nos dicen las niñas y los niños. En un mundo adultocéntrico, su opinión parece no tener mucha relevancia, ya sea porque pensamos que no tienen la madurez suficiente para expresar opiniones significativas, o porque, como adultos, creemos desde la soberbia que solo lo que nosotros pensamos y decimos es importante.

También es cierto que no podemos (y no deberíamos) tener apertura a cualquier tipo de contenido. En ocasiones, hay discursos que no nos hacen bien: pensemos en los discursos violentos, ofensivos, discriminatorios, racistas, misóginos, entre otros. A veces los absorbemos casi sin defensa alguna, mientras que en otros casos, de manera casi automática, cerramos cualquier canal de recepción.

Tenemos el derecho de seleccionar qué contenidos queremos dejar entrar a nuestras vidas. Seguramente, todas y todos tenemos alguna amistad o familiar que constantemente se queja o habla mal de algo o alguien, como si todo en la vida fuera negativo.

Tenemos todo el derecho de protegernos de este tipo de comunicaciones (debemos cuidar nuestra salud mental protegiendo lo que nuestra mente “consume”), y si somos nosotros los primeros en producirlas, quizás valdría la pena preguntarnos por qué lo hacemos y si es posiblemente que queramos corregir algo. Lo que pensamos y decimos, la narrativa que construimos con nuestros pensamientos y palabras, crea nuestra realidad.

Está claro que tampoco es correcto exigirnos o forzarnos a que nuestros pensamientos y discursos sean siempre positivos y agradables. Habrá días en que estemos enojados y/o tristes por algo que sucedió o a veces ni siquiera podemos identificar algún factor detonante: en esos días, quizás deberíamos hacer una pausa, tomar un descanso, encontrar un espacio de reflexión, calmarnos y ordenar nuestras ideas.

Pero hay algo al que no podemos renunciar de ninguna manera: dar valor a nuestras ideas y opiniones. Si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará? Siempre habrá alguien que no querrá escucharnos, que tendrá cosas más importantes que hacer o que simplemente no nos dará el valor que nos corresponde porque nuestro rol en su vida es estrictamente funcional a lo que a estas personas les interesa.

Puede doler, pero debemos aprender que no siempre, por mucho que intentemos dialogar, comunicarnos de manera asertiva e incluso levantar la voz, tendremos éxito. No pasa nada. Es solo otro de los muchos obstáculos a los que nos enfrentaremos a lo largo de nuestras vidas, que quizás nos está indicando que no vamos por el camino correcto.

No perdamos el tiempo tratando de convencer a alguien que no tiene ningún interés en cambiar o en poner en duda su opinión. Mejor, dediquemos nuestro tiempo, esfuerzo y energía a seguir trabajando en nosotros mismos y pensemos en estrategias alternativas para poder lograr lo que queremos. Y ojalá este obstáculo también nos sirva para que aprendamos a escuchar más. A los demás, pero principalmente a nosotras y nosotros mismos.

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