“Aquellos que niegan la libertad a otros
no la merecen para ellos mismos y,
bajo un Dios Justo
no pueden conservarla por mucho tiempo”
Abraham Lincoln
He expresado en diferentes ocasiones que un individuo que no respeta la Constitución, las leyes, destruye instituciones, no merece el privilegio de gobernar.
Y no merece permanecer al frente de un gobierno, porque cuando inicia su mandato jura respetar las leyes que dicta la Carta Magna. Sin embargo, muy pronto olvidan el compromiso adquirido con los ciudadanos y con el país; se sienten poderosos y lo peor, dueños de todo lo que pertenece a la Nación.
La soberbia no les permite ver, que gobernar es la gran oportunidad que se le da a una persona -mediante elecciones democráticas- para cumplir un período determinado en un cargo como dictan las leyes.
Un cargo que les ofrece el privilegio de servir no de servirse, mucho menos, de adueñarse de lo que no les pertenece.
No entiendo porque confunden el significado de servir con disponer a su antojo de propiedades o bienes que, si bien están a su alcance, no significa que pueden hacer y deshacer como les venga en gana.
Lo que está sucediendo en Venezuela es muy lamentable. El hartazgo de su gente que en contra de quien aún los gobierna, se manifestó en las urnas el pasado domingo 28 de julio-2024.
Desafortunadamente un dictador como Maduro, no acepta la derrota, por el contrario, se ha dedicado a insultar a la oposición que se ha alzado ganadora en los comicios, con pruebas presentadas a través de actas que subieron a una página web para mostrarlas al mundo.
Situación que lo puso en evidencia y quizás lo tomó por sorpresa porque no esperaba que los votantes, ciudadanos bien organizados tomaran la decisión de emitir su sufragio sin miedo para darse la oportunidad de recuperar su amada nación.
Haciendo uso de su derecho ciudadano a elegir por la vía democrática, acudieron puntuales a las casillas instaladas con la esperanza por recuperar la libertad perdida ante la dictadura impuesta por el chavismo y continuada por un individuo nefasto como Maduro.
El pueblo venezolano votó, eligió democráticamente, aunque un dictador no tan fácilmente aceptará su derrota. Se está viendo ya, manipulando información y al mismo órgano electoral que lo ha declarado ganador.
Por el contrario, se aferra con todo lo que tiene al alcance -que no es poco- para revertir los resultados.
No solo están siendo perseguidos los ciudadanos que con mucho valor han salido a las calles a reclamar se respete la decisión de los votantes, sino que van tras Edmundo González y Corina Machado, principales líderes opositores y -hasta donde se conoce- los verdaderos triunfadores en la contienda electoral.
Maduro se aferra al poder que ejerce con fuerza destructora y sanguinaria al tacharlos de “traidores a la Patria”. Los persigue y ha ordenado encarcelarlos en prisiones de alta seguridad cuando los encuentren.
A un dictador no le importa la sangre que se derrame en su afán enfermizo de permanecer gozando de las mieles del poder. Está plenamente convencido que solo él tiene la razón, solo su voz debe ser escuchada.
No solo es el egocentrismo que lo acompaña sino la maldad en una baja autoestima que lo mueve al odio, a la ambición, a la venganza.
Las elecciones recientes en Venezuela deben servir de ejemplo para otros países, que tienen gobernantes cuya actuación ha sido un verdadero desastre.
Dios proteja al pueblo venezolano, país un día rico, progresista, hasta que llegó un cambio inesperado que resultó peor de lo que nunca imaginaron. Merecen recuperar la libertad que les fue arrebatada y reconstruir su maravillosa tierra para que puedan regresar los que se fueron y abrazar a sus nietos, hijos, familia, amigos.
Primero Dios, ese día, llegará.
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