La refinería de Dos Bocas fue el mejor negocio para el obradorato: les dio votos y les dio mucho dinero. El Presidente tuvo la sagacidad para hacer de Dos Bocas uno de los grandes pilares de su narrativa. La imagen de la obra monumental vale más que mil palabras.
La majestuosidad de torres, cilindros y tuberías aplasta los cuestionamientos. El gigantismo de la imagen es una narrativa mucho más eficaz que meterse al detalle de que en realidad no refina, que contamina, que salió muy cara, que se tardó más de la cuenta, que hubo mucha corrupción.
¿Cómo saber si todo ese complejo espectacular debió costar 8 mil en vez de los 18 mil millones de dólares que pagamos? ¿Cuánto es eso en realidad para un ciudadano común? ¿Cómo saber si dentro de esos tubos corre petróleo para volverse gasolina, o en realidad circulan unos químicos de nombres inaccesibles que ni empiezan siendo petróleo ni terminan siendo gasolina, pero sirven para decir que algo sucede ahí dentro? ¿Qué importa que se tardó el doble de tiempo y aún no está al 100%, si por lo menos hay algo?
A lo largo del sexenio, la narrativa de las mañaneras ha sido implantar en el ciudadano la idea de que este Gobierno es menos peor que los anteriores. “Peña robó más”. “Calderón es narco”. Y con esas dos, se minimizan las ineficacias.
Basta ver las encuestas: el ciudadano no piensa que el Gobierno es bueno, pero sí piensa que es menos peor que los anteriores. No sirve lo que hace, pero al menos hace algo. Que haya tren, aunque nadie se suba. Que haya aeropuerto, aunque nadie lo use. Que haya refinería, aunque le metieran mano al presupuesto.
Estas obras –en tanto visualmente poderosas– sirven para sostener esa narrativa. Y en un Gobierno de saliva, la narrativa lo es todo. La identificación que siente el pueblo con un Presidente que les habla “en mexicano” es un gran activo de Palacio.
El reparto masivo de dinero en programas sociales y transferencias directas le ha dado al Gobierno una suerte de “colchón” frente a los ciudadanos. El famoso “también roban, pero reparten” es la alfombra bajo la que se echa la basura.
A otras administraciones el pueblo no les hubiera perdonado la sucesión de tropiezos y corruptelas que acompañan a la inconclusa refinería de Dos Bocas: costará el triple de lo prometido, se tardó el doble de tiempo, el que repartió los contratos es un funcionario involucrado en el caso Odebrecht, a la secretaria encargada del proyecto se le multiplicaron las propiedades de lujo (en una de ellas puede ir al supermercado en yate) y hasta el operador financiero de los hijos del Presidente presume por teléfono que amarró contratos millonarios en la obra.
Dos Bocas ha sido una fábrica de nuevos ricos y una herramienta para sellar pactos entre poderosos. En el Gobierno que llegó al poder combatiendo la corrupción y el tráfico de influencias, nada de esto se investigó ni mereció sanción alguna. La apuesta es a que la imagen valga más que mil denuncias.
Saciamorbos
Cuentan que Bartlett se quería quedar… y entonces le sacaron más propiedades.
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