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Coahuila

¿Paz o razón?

Por Irene Spigno

Hace 3 horas

¡Qué difícil es entender!

Creo que una de las cosas más complicadas a las que nos enfrentamos cotidianamente es entender no solo a las demás personas sino, quizás aún más, a nosotros mismos y a lo que nos pasa.

Recuerdo que, cuando era más joven, entre broma y broma, decía que un mono loco, con tendencia a consumir bebidas alcohólicas, era quien escribía la historia de mi vida. A él le echaba la culpa de todo lo que me pasaba. Lo imaginaba riéndose como solo los monos saben hacer, con una pluma en la mano, mientras creaba escenas cómicas y a veces vergonzosas que yo protagonizaba. Fundamentalmente, él era el autor de la dramedy de mi vida.

En realidad, hoy sé que las únicas personas responsables de lo que hacemos con nuestras vidas somos nosotras y nosotros mismos. Cada quien posee la pluma con la que escribimos nuestras historias. Y, estando así las cosas, si no nos gusta lo que estamos viviendo, siempre tenemos la posibilidad de empezar una historia distinta.

Sin embargo, tenemos que recordarnos que no vivimos solas ni solos en este mundo, sino que nuestras vidas son una continua y permanente interacción con otras personas: algunas de ellas serán amables y amigables, y otras serán agresivas y ofensivas. O al menos así las percibiremos. Nuestra percepción no es un valor absoluto; es más bien algo subjetivo que nos permite interpretar de manera distinta lo que recibimos de las demás personas o del mundo exterior.

Muchas veces nos pasa que recibimos un mensaje o alguien nos habla, suscitando en nosotros una reacción negativa. Podemos sentir que nos están faltando el respeto por el tono o el contenido de la comunicación, por el tipo de palabras que se usan o por la puntuación (aunque esto puede ser un poco difícil con los mensajes escritos).

También podemos sentirnos atacados de manera injustificada cuando nuestro interlocutor responde de manera agresiva a algo que preguntamos, según nosotros, de manera muy neutral y hasta inocente. ¿Parece absurdo, verdad? No entendemos cómo esa persona puede haber recibido nuestra comunicación o incluso nuestro silencio de manera tal que se desencadene una reacción agresiva (activa o pasiva) de su parte.

Sin embargo, esa persona también tiene su propia percepción, que le hace recibir una cierta comunicación activando mecanismos de defensa, aun cuando para su autor carezca de agresividad. Esto pasa mucho, desafortunadamente, en el ambiente donde más deberíamos sentirnos en paz: la familia. Obviamente, las explicaciones existen y salen fuera del objetivo de estas líneas.

La familia es el espacio donde aprendimos a amar y a ser amados, donde nos conocen hasta nuestras vísceras más profundas y donde se repiten patrones de comportamiento a veces dañinos pero tan normalizados que es muy difícil identificarlos y para los cuales se necesita tanta madurez emocional para no dejarse arrastrar.

Estoy segura de que la gran mayoría de las personas ha tenido sus peores conflictos con algún familiar: la relación que podemos tener con nuestra madre y padre, hermanas y hermanos, o primas y primos, aunque esté rodeada de un amor infinito, no siempre es sencilla.

¿Qué opciones tenemos frente a estas situaciones? Quizás podríamos lanzarnos en pleitos y discusiones infinitas, tratando de demostrar la bondad e importancia de nuestros argumentos como si estuviéramos defendiendo la mayor injusticia de la historia judicial. Esto nos llevaría, a lo mejor después de mucho tiempo, enojo y profunda frustración, a que eventualmente nos reconozcan tener la razón y, en el mejor de los casos, nos pidan perdón.

O posiblemente, podríamos optar por mantener nuestra tranquilidad y paz interior, lo que obviamente no implica desinteresarnos de lo que está pasando, sino enfrentarlo con calma y dejar para un momento posterior el intercambio de nuestros desacuerdos. Esto nos permitiría una comunicación más asertiva, guiada por el amor y no por el enojo, y al mismo tiempo un mayor entendimiento de lo que está pasando.

Al final de cuentas, existen discusiones, especialmente las que tenemos con las personas más importantes para nosotras y nosotros, que no necesariamente se resuelven teniendo la razón, sino manteniendo la paz. Tenemos que aprender qué peleas vale la pena llevar, sin que esto nos robe lo más importante para nosotros: nuestra paz.

Y tú, querida lectora, querido lector, entre tener paz o razón, ¿qué eliges?

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