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Coahuila

La Leyenda de Dom Pérignon

Por Sandra Rodríguez Wong

Hace 3 meses

En la penumbra de un monasterio benedictino, donde la luz apenas se atreve a bailar con las sombras, un monje llamado Dom Pérignon se sumergía en la alquimia de la vida. El 4 de agosto de 1693, un día en que el sol parecía confabular con los vientos, el destino le regaló un hallazgo que transformaría no sólo su existencia, sino el corazón de quienes buscan el placer en cada burbuja de vino.

Nacido en la Francia del siglo 17, este monje no sólo era un custodio de la fe, sino también de supervisar la producción del vino de la abadía, una bebida que, desde tiempos remotos, había sido símbolo de celebración y, en ese tiempo, utilizado para la liturgia. Pero aquel día de verano, mientras exploraba las bodegas de su monasterio en la región de Champagne, Dom Pérignon se encontró con un misterio: el vino espumoso, que había sido considerado un capricho de la naturaleza –aparentemente estropeado–, comenzó a revelarle sus secretos. Con cada botella que abría el aire se llenaba de promesas, las burbujas que emergían en cada sorbo danzaban como pequeñas estrellas en una noche estrellada.

Los orígenes de esta bebida mágica se remontan a los antiguos celtas y romanos, quienes ya veneraban el vino como un néctar de los dioses. Sin embargo, fue en las tierras de champagne donde el clima y el suelo se unieron en perfecta armonía que el vino encontró su voz. La región, un lienzo de viñedos que acaricia el horizonte, se convirtió en el escenario donde la pasión de Dom Pérignon floreció. Su legado no sólo consistió en el arte de la fermentación, sino en la dedicación a la perfección y la búsqueda de la excelencia.

A partir de su descubrimiento, el champagne empezó a ser considerado un vino de reyes y reinas, un símbolo de estatus y celebración. Pero no todos los vinos espumosos pueden llevar su nombre. Sólo aquellos que emergen de la tierra bendita de champagne, donde las vides susurran a la brisa y el suelo guarda la memoria de generaciones, tienen el privilegio de ser llamados champagne. Una denominación de origen que es, en sí misma, un canto a la autenticidad y a la tradición.

Hoy, el champagne es el elegido para momentos especiales, no sólo por su sabor exquisito, sino por su capacidad de transformar lo cotidiano en extraordinario. Cada burbuja que se eleva es un eco del legado de Dom Pérignon, un susurro de las celebraciones pasadas y un augurio de las risas futuras.

En cada copa se siente la historia, el sudor y la devoción de aquel monje que, sin saberlo, se convirtió en un pionero de la alegría efervescente.
Así, mientras el mundo gira y las estaciones cambian, el nombre de Dom Pérignon perdura, una invitación a brindar por la vida, por el amor y por esos momentos que nos hacen sentir eternos.

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