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Coahuila

Les llamaban ‘piñeros’ y hasta ahora no sé por qué esa definición

Por Carlos Gaytán Dávila

Hace 2 meses

Lo cierto es que tuve la oportunidad de conocer a un grupo de jóvenes estafadores que se reunía al otro lado de mi casa en el callejón del Ojo de Agua 107, del barrio del mismo nombre al sur de Saltillo, para practicar cómo extraer carteras de los sacos y bolsas traseras de los pantalones, así como utilizar fichas de dominó y barajas marcadas; fingir ignorancia en juegos como el billar para despojar a incautos de su dinero, principalmente en una época en que regresaban los “braceros” (trabajadores agrícolas mexicanos) de Estados Unidos, cargados de dólares.

Los juegos de azar son aquellos en los cuales las posibilidades de ganar o perder no dependen de la habilidad del jugador, sino que adicionalmente dependen de la suerte. Pero estos sujetos hacían “que la suerte” les favoreciera mediante el engaño.

Mi vecino, el “Cuitláhuac”, y los muchachos que lo acompañaban, eran expertos en cualquier acto intencional o deliberado de privar a otro de una propiedad o dinero por la astucia, el engaño, u otros actos desleales. Casi todos utilizaban seudónimos: “La Chencha”, “El Charro”, “El Bolillo”, “El Chaparro”, “El Águila” y otros especímenes de la fauna y el apodo.

Engañaban a la víctima haciéndose pasar por ignorantes, lelos, (bobos, atontados, descuidados) al principio, para caer luego en el delito de fraude en el juego mediante la práctica de actividades fraudulentas e ilegales, en otras palabras, mediante la manipulación de los resultados aplicando trucos o trampas, con la finalidad de obtener un beneficio económico.

Ahí en el altillo junto a mi casa, la vivienda de la “Güera”, mamá del “Cuitla”, los piñeros practicaban con un maniquí al que colocaban saco y pantalón con cascabeles para intentar sacar de algunas de las bolsas de la prenda superior la cartera del incauto o de la bolsa trasera del pantalón sin hacer sonar los cascabeles. Este tipo de ilícito lo hacían regularmente a bordo de un autobús atestado de pasajeros o centrales camioneras “con harto” público.

Lo mismo se adiestraban al juego del dominó y la baraja española o inglesa, marcadas para dominar al contrario en el juego. Igualmente se ejercitaban en el juego del billar o pull, formando una mancuerna de ignorantes para luego sorprender al incauto, y con gran destreza y mediante “la pala” del otro despojarlo de su dinero. Era un ir y venir de los “piñeros” del Ojo de Agua a la Frontera norte o la Ciudad de México. Su porte era muy elegante, siempre de traje y corbata, sombrero de ala corta y zapatos lustrosos. A veces regresaban pelones a rapa, sinónimo de que habían sido sorprendidos por las autoridades que les cortaban el pelo, gesto antiguo para identificar a los malhechores.

En la era moderna los han sustituido los casinos que operan en México gracias a los presidentes Fox, Calderón y Peña Nieto. Son auténticos “desplumaderos” donde difícilmente gana el cliente, “la casa nunca pierde”.

Por otra parte, y hablando de fraudes, las cosas han cambiado, pues deshonestos, oportunistas y defraudadores utilizan las redes sociales robando identidad, haciendo caer a incautos y poseen además una gran perspicacia financiera. También suelen ser expertos en manipular a las personas o las situaciones en su propio beneficio. A menudo parecen tener éxito en el mundo de los negocios y pueden tener fuertes contactos con otros delincuentes.

Tienen la intención de cometer un fraude desde el principio y pueden ser defraudadores a corto plazo, como los que utilizan tarjetas de crédito robadas para obtener beneficios financieros o pueden utilizar números de seguridad social falsos.

Usan mensajes de correo electrónico y mensajes de texto para tratar de robarle sus contraseñas, números de cuenta o su número de Seguro Social. Si consiguen esa información, podrían acceder a su cuenta de email, cuenta bancaria u otras. A esos difícilmente los castiga la ley.

 

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