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El futbol nuestro de cada día

Por Juan Latapí

Hace 21 horas

Para nadie es novedad que la nueva religión que une al mundo y afilia más países que la misma ONU, es el futbol. Un deporte hecho negocio que apasiona, cautiva, emociona y decepciona, como es el caso de la Selección Mexicana.

Cada cuatro años el mundo gira en torno a un balón y cuando juega la Selección es motivo de convivencia y suspensión de labores para ver el partido. Y ay de aquel que permanezca indiferente o no apoye a la selección porque será visto con desconfianza, casi como un traidor a la patria, donde el honor nacional está en las manos (pies) de los 11 jugadores.

El espectáculo del futbol se ha vuelto un negocio muy rentable para los clubes y principalmente para las televisoras que suelen ser dueñas de varios equipos. El jugador es una mercancía que se cotiza en el mercado según sus aptitudes, que usa más los pies que la cabeza, que ha cambiado el amor a la camiseta por el cariño a sus ingresos económicos; por eso ya no juega para divertirse sino para cotizarse mejor y para ello debe cuidar el físico y no exponerlo para no sufrir alguna pérdida económica.

Hoy en día el sueño de todo niño es convertirse en astro del futbol, llegar a la cúspide mientras los papás se imaginan la fortuna y la fama que podrían alcanzar sin necesidad de estudiar ni trabajar como el resto de los mortales.

Desde luego que el negocio del futbol tiene sus cualidades: genera emoción, pasión y hasta llega a ser en cierto modo estético. En este negocio, en el que participan jugadores, entrenadores, dueños de los equipos, árbitros, televisoras y aficionados, los patrocinadores nos hacen creer que fomentan el deporte cuando en realidad sólo se dedican a hacer negocio.

Mención aparte merecen los comentaristas de televisión al narrar los partidos. Además de la incontinencia verbal y abuso indiscriminado de adjetivos, son notorias sus frases absurdas, tales como “me paro de pie”, “si la mete es gol”, “si le saca roja es expulsión”, “calculo entre 30 y 50 mil aficionados” y un largo etcétera. Además de la verborrea destaca su falta de objetividad, donde el equipo de casa es maravilloso mientras el equipo rival no tiene cualidades y solo aprovecha las fallas del equipo local. Los comentaristas son líderes de opinión que influyen el la opinión del público que da por hecho lo que escucha aunque no corresponda con la realidad.

Cada que juega la Selección nos quieren convencer de que “ahora sí es un mejor equipo”, pero la terca realidad nos ubica donde el equipo merece estar. Y como no hay talento ni calidad pretenden convencernos con cualquier justificación. Esta manipulación mediática hace que nos acostumbremos a creer lo que se nos dice, a perder objetividad sobre los hechos y dejar de cuestionar aunque veamos que las cosas son diferentes a como nos las quieren hacer creer. Así como sucede con la política en las redes sociales.

¿Cuánta gente ve por televisión un juego de futbol sin audio? prácticamente nadie porque la narración forma parte del espectáculo y los aficionados nos hemos acostumbrado a tragarnos todo lo que nos dicen.

Y si los juegos de la Selección en torneos internacionales revisten cierto atractivo, los juegos de la liga mexicana (muy “X”), al ser soporíferos y sin calidad, los comentaristas nos los venden usando palabras como “excelente”, “perfecto”, “de maravilla”, “me quito el sombrero”, y para rematar le ponen apodos a todos los jugadores, opinando como si supieran más que los mismos entrenadores y jugadores.

Y cuando alguno de estos equipos compite a nivel internacional no entendemos por qué fracasan si son “excelentes”, “perfectos” y muchas maravillas más. Pero para evitar que el público reaccione o llegue a cuestionar, se inventan pretextos y se buscan culpables ante el eterno fracaso.

A final de cuentas los comentaristas son empleados de las televisoras y si en algún momento externan algún comentario incómodo para los intereses del medio en el que trabajan, son despedidos. Tal parece que la consigna es prohibido hacer pensar.

Se habla mucho del vedetismo y frivolidad de los jugadores, también del oportunismo de los entrenadores vendedores de humo, de los intereses económicos de los dueños de las televisoras y de los equipos y de su complicidad en el fracaso, pero pocas veces se menciona a los comentaristas aduladores.

Por eso vale la pena preguntarse hasta dónde le debemos a los comentaristas deportivos la ceguera de no querer ver la realidad, de buscar pretextos ante los fracasos, encontrar culpables en lugar de buscar soluciones y creerse todólogos.

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