Todas las personas, desde que amanecemos hasta que volvemos a acostarnos por la noche, enfrentamos nuevos retos cada día. Muchas veces los afrontamos de manera casi automática, sin darnos cuenta.

Esto sucede cuando debemos resolver algo de manera inmediata y, aunque sea algo nuevo que nunca hemos enfrentado antes, no paramos a pensar en cómo se podría solucionar de la mejor manera. Simplemente lo hacemos. No tenemos tiempo para reflexionar.

Sin embargo, existen obstáculos y retos, algunos nuevos y otros que ya hemos afrontado anteriormente, recientemente o en algún momento lejano de nuestra vida, que nos preocupan mucho. No necesariamente son desafíos más difíciles o complicados de superar. Simplemente es algo que atrapa nuestra atención, quizás excesivamente.

Nuestra mente empieza a pensar en múltiples posibles soluciones; podemos desarrollar un plan A, B, C… hasta Z, y llegar a plantear una cantidad infinita de hipotéticos escenarios que se pueden presentar. Con frecuencia tratamos de prever y controlar todos los desenlaces posibles.

Por supuesto, es muy importante tener en nuestras vidas distintas estrategias para enfrentar los retos que la vida nos plantea cada día. Sin embargo, debemos aceptar que no podemos prever y controlar todo. Es una toma de conciencia fundamental que permite abordar los obstáculos con plena consciencia de lo que podemos hacer y de lo que no podemos (o queremos) hacer.

Quizás no podemos clasificar los desafíos que vivimos a lo largo de nuestras vidas según un orden de importancia, porque cada uno de nosotros asigna un valor distinto a cosas similares; lo que puede ser trascendental para mí puede ser insignificante para otra persona y viceversa.

Pero debemos reconocer que cada obstáculo superado puede generar un impacto distinto en nuestras vidas. En realidad, no hay retos más o menos importantes. Sólo hay desafíos que generan un menor impacto en la inmediatez y otros que producen, de manera casi inmediata, un impacto trascendental, casi transformándonos como por arte de magia.

Lo que considero crucial es la actitud con la que enfrentamos cada reto, desde los que parecen más pequeños o insignificantes hasta los que sabemos que van a cambiar nuestras vidas.

Una de las claves para poder enfrentar los retos (todos los que se nos presenten y aún más los que nos asustan) es conocernos a profundidad, reconocer nuestro valor y también nuestras debilidades. El primero, nuestro valor, es el motor que nos permite avanzar. Las segundas, nuestras debilidades, nunca deberían frenarnos; más bien, nos permiten cuidarnos de posibles riesgos e identificar áreas de oportunidad en las que podemos trabajar para desarrollar nuestra mejor versión.

Para tener conciencia de nuestras debilidades, quizás valdría la pena preguntarnos con mucha sinceridad hacia nosotros mismos: ¿qué es lo que realmente me da miedo y me impide avanzar? Para responder a esta pregunta, es importante reconocer nuestro valor. Para hacerlo, deberíamos preguntarnos: ¿viste hasta dónde has llegado?

Mirar atrás y ver todo el camino recorrido y todos los obstáculos superados hasta este momento nos permite tener consciencia de lo que somos y de las capacidades que poseemos.

Estoy segura de que muchos de los miedos que a menudo nos impiden tomar ciertas decisiones desaparecerían. Porque, en realidad, somos nosotras y nosotros mismos quienes muchas veces levantamos obstáculos que nos impiden ser felices.