“Ningún pueblo en la historia de la humanidad había luchado tanto por convertirse en esclavo, como millones de mexicanos lo están haciendo en estos momentos, a tal grado que hoy repudian la libertad. No puede existir un pueblo más vil que aquel que defiende a sus opresores. La cuarta transformación es el regreso a la esclavitud”.
El texto corresponde a un mensaje que aparentemente fue enviado desde Galicia, España por una persona de la que no queda claro si es alumna o forma parte del personal de la Universidad de Compostela.
Independiente de quien lo haya escrito, el mensaje llamó mi atención porque va dirigido a nosotros, ciudadanos mexicanos que recién acudimos a las urnas a elegir a quien habrá de gobernar este país maravilloso que es nuestro México.
Al igual que millones de mexicanos, el domingo 2 de junio acudí a mi casilla, donde por mucho tiempo he sufragado cuando hay elecciones, haciendo uso de un derecho y un deber que todos los mexicanos tenemos.
La credencial de elector es el instrumento valioso que nos ha permitido elegir libremente, sin presiones ni imposiciones a la hora de ir a las urnas a depositar nuestro voto.
Por lo tanto, me resisto a creer que pueda quedar en el pasado un valor precioso que es la libertad, por culpa de la ambición desmedida de quienes fraguaron entorpecer el proceso reciente, convirtiéndolo en una elección de Estado.
Ganaron, sí, pero la duda existe si hay legitimidad por cómo se llevó el proceso electoral. Compra de votos, de conciencias, amenazas, traiciones, asesinatos de candidatos, violencia extrema; como si fuera poco un presidente que jamás mostró respeto por las instituciones y los ciudadanos.
Eso nadie lo puede negar.
Desde su creación, primero como IFE, posteriormente cambió a INE el instituto político dio certeza a los ciudadanos de que el voto emitido sería respetado.
Y así lo sentimos por una razón muy importante: La confianza que nos transmitía el observar a un ejército de personas participando en un proceso o jornada electoral. Porque han sido ciudadanos responsables, los que, al resultar seleccionados, recibían capacitación en su distrito, para poder cumplir con una encomienda.
El INE nos daba la confianza, sí, porque sabíamos que nuestro voto sería respetado en todo momento.
El día de la votación, al acudir a la casilla que nos correspondía, era agradable ver a vecinos, amigos o familiares en la mesa de recepción; recibiendo la credencial, buscando en el libro donde aparecen los votantes, checando que coincidieran los datos, entregando las boletas, entintando el dedo, en fin, numeroso grupo de ciudadanos, confiables, que permanecían desde muy temprano hasta finalizar su tarea con el traslado y entrega de paquetes en las oficinas de la Junta Distrital.
Sin importar las huellas del cansancio ya sea por trabajo o haber soportado altas temperatura prevalecía la satisfacción del deber cumplido.
Una actividad verdaderamente encomiable por parte de los ciudadanos. Todo un esfuerzo por garantizar la certeza de votaciones limpias donde no existiera la mínima sospecha de posible “fraude”.
El INE, nació autónomo, ciudadano y fue desarrollándose con buenos resultados. Por ningún motivo se debe retroceder. No podemos ni debemos volver a elecciones de Estado por el solo capricho de un gobernante o partido político que lo único que desean es eternizarse en el poder.
El INSTITUTO NACIONAL ELECTORAL es nuestro, de los ciudadanos, no de grupos políticos ni de las personas que se encuentran ocupando cargos en el instituto ciudadano, por muy amigos que sean o se consideren cercanos al gobernante en turno.
Sería un error muy grande prescindir de un órgano autónomo para regresar a elecciones promovidas por un gobierno bajo la batuta de un individuo que se aferra al poder. Eso significaría traicionar instituciones y a la Patria misma.
Tuvimos en las pasadas elecciones la gran oportunidad de cambiar el rumbo del país de manera correcta y ordenada ejerciendo un derecho. ¿Quién con un mínimo de sentido común desea vivir en un país sin instituciones? amenazado con la violencia, sometidos a un régimen autoritario, con representantes sumisos -diputados y senadores- que no nos representan a los ciudadanos sino a quien gobierna.
Pudieron haber ganado, sí, pero considero que no tuvo la limpieza que pretenden vendernos de un proceso que a todas luces fue inequitativo.
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