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Coahuila

Las iglesias protestantes reaccionaban ante la Constitución

Por Rodolfo Villarreal Ríos

Hace 4 meses

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Una vez que casi por una semana los analistas expertos, algunos exhibiendo una actitud nauseabunda, se han encargado de mostrarnos porque unos ganaron y otros perdieron, este escribidor firme creyente en las instituciones y el respeto a la ley, quien en su momento combatió la corrupción no de verbo sino con hechos, decidió que nada tenía que agregar a los análisis sesudos realizados en torno a los eventos del domingo anterior. Algún día, muchos de esos gozosos de hoy habrán de percatarse de si lo que hicieron, por asegurarse una dádiva, fue un acto positivo. Ante ello, buscando alejarnos del ruido creado en torno a la elección de hace una semana, tratando de generarnos un espacio para la reflexión y no vernos atrapados en esa vorágine en donde todo se ha convertido en buenos y malos o blanco y negro, decidimos irnos a dar una vuelta por los finales de mayo de otros tiempos. En ese recorrido, nos encontramos algo que usualmente no se aborda, cual fue la reacción que los dirigentes de las iglesias protestantes tuvieron ante la entrada en vigor, el primero de mayo de 1917, de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Pero antes de abordar ese tópico, no podemos dejar de dar un repaso breve al comportamiento exhibido por la curia católica ante la promulgación de dicha Carta Magna. Empecemos por esto último.

No terminaba de secarse la tinta con la que fue escrita la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos cuando los miembros de la curia católica ya preparaban la arremetida en contra de su contenido. Estaban tan exaltados que, en ese momento, lanzaban loas a las disposiciones contenidas en la  Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos  promulgada en 1857. Tras de denostarla durante décadas, ahora les parecía un dechado de virtudes.  Para la curia y los católicos de 1917, la Constitución nueva era radical en demasía y ponía en peligro que pudieran seguir llevando a la práctica la obra que tan  buenos resultados arrojó para la nación. Recordemos que durante tres siglos la Iglesia Católica tuvo a su cargo  la instrucción del pueblo mexicano y gracias a su labor excelente entre el 95 y 98 por ciento de la población permaneció analfabeta, pero eso sí experta en cánticos religiosos y rezos, a más de vivir inmersa en la superchería. No olvidemos, tampoco, que gracias a esa ignorancia las condiciones de vida eran paupérrimas, eso si todos tenían la bendición de la curia católica, aun cuando esa llegaba en proporción a la aportación pecuniaria que se realizara. Tras de un periodo corto de “sufrimiento” los tiempos buenos regresaron al amparo de la pax porfiriana y la  política de reconciliación a cuyo abrigo recuperaron riquezas y poder espiritual. Eso era lo que les preocupaba perder con la entrada en vigor de la Constitución.

Tras de quejarse porque no se les permitiría poseer bienes raíces, no dejarles que ejercieran el monopolio educativo, protestar el laicismo en la educación,  negar que estuvieron detrás de la asonada que ejecutó su chamaco Huerta en 1913, acusar que el contenido de la Constitución atentaba contra la religión, la cultura y las tradiciones, soltaban una retahíla larga que cualquiera que conociera un poco acerca del comportamiento de los miembros de esta organización, le resultaba por demás dudoso, veamos parte del contenido textual de aquella perorata: “Desde que no hubo ya una sola fe en México, no hemos pretendido ni debemos pretender los católicos, que la ley imponga la unidad religiosa, precisamente porque respetamos la libertad; pero queremos, porque tenemos derecho a ello, que la ley no nos sea hostil en  beneficio de la incredulidad ni de la irreligión. No pretendemos adquirir riquezas; pero queremos que no se arrebate de nuestras manos, lo que nuestros fieles nos  han dado para que lo invirtamos en el esplendor del culto, en beneficio de ellos mismos y en nuestro propio sustento. Ni los prelados ni los sacerdotes queremos  el poder civil; pero sí deseamos, y con toda justicia, que los ciudadanos católicos no se vean excluidos de él, para que no sean parias en su misma patria. Más que  ninguno, queremos que los pobres mejoren su condición, y en este sentido, nadie en México ha trabajado más que nosotros ni antes que nosotros; pero no somos enemigos del rico, ni por el hecho de ser rico, lo juzgamos detentador de los  bienes que posee. Estamos persuadidos que el ejercicio de una sana democracia es lo único que puede dar a nuestra patria, un gobierno estable y firme, que, respetando los derechos de todos, los equilibre y modere, dando a cada quien lo que le pertenece. Cuando se formó el Partido Católico Nacional, contó con nuestra aprobación y beneplácito, porque iba a trabajar legal y honradamente en pro de todos los ideales, justos, humanos y patrióticos”. Esas 246 palabras previas harían que cualquier polígrafo se convirtiera en añicos  o ¿Acaso hay quien que lo dude? Pero dejemos lo afirmado por  estos  nuestros conocidos y vayamos a los otros grupos ofertantes de asuntos espirituales.

En sus acepciones varias, las iglesias protestantes tenían algunos años de operar en México, aun cuando su participación en el mercado religioso continuaba siendo marginal. Esto último, no libró a quienes optaron por abrazar esa interpretación de la fe sentir, a lo largo de los años, la bondad con la que clérigos y algunos católicos fanáticos les demostraban su aprecio a punta de balazos y mandarriazos. 

El 3 de mayo de 1917, se publicaba en el órgano oficial de la Iglesia Metodista Episcopal en México, El Abogado Cristiano, un artículo titulado “La Nueva Constitución en México”, escrito por el reverendo presbiteriano Abram Woodruff Halsey. En dicha pieza, se afirmaba que el contenido de la nueva Constitución no había sido estudiado a fondo por la Junta de las Misiones, dado lo cual no era factible tener una opinión amplia sobre su contenido. Ello, no impedía que Halsey emitiera algunas observaciones al respecto. Reconocía que algunas de las disposiciones serían difíciles de cumplir. Esto, sin embargo, no eximía a los misioneros de cumplir con la ley. Apuntaba que con dicho documento se buscaba remediar “ciertos males graves que por muchos años han perjudicado la paz y prosperidad de los mexicanos”. Esa no era la única voz protestante comedida que se escuchaba entonces.

El director de El Abogado Cristiano, el pastor metodista Pedro Flores Valderrama, escribió en dicha publicación un artículo titulado “Gloriándonos en las Tribulaciones”. En dicha pieza, tras de hacer una reflexión de cómo reaccionar ante la adversidad y no dejarse llevar por la pesadumbre cuando ella se presenta, citaba pasajes bíblicos que ponía como ejemplo para enfrentar situaciones de ese calibre. Tras de ello, mencionaba no entender por qué los miembros de las Iglesias Evangélicas estaban sumidos “en ese lamentable estado de tristeza, de desconfianza, de decaimiento y de incertidumbre… con motivo de ciertos artículos de la nueva Constitución…” Desde su perspectiva era preocupante como desde algunos  feligreses hasta “prominentes ministros de las Iglesias se han alarmado, sin motivo real, …entregándose a toda clase de comentarios con motivo de las nuevas leyes y haciendo vaticinios funestos y desconsoladores acerca del sombrío porvenir que le espera a la obra Evangélica en toda la República Mexicana”. Sin dejar de reconocer que se vivía una crisis religiosa, misma que les señalaba “nos está poniendo a prueba nuestra fidelidad…” por lo cual los conminaba a no dejarse llevar por el desánimo, “ni adoptar una actitud tímida, ni que nos dejemos dominar por  temores de ninguna especie”. Tras de eso, procedía a analizar, en tres apartados, los motivos que había detrás de dicha actitud, al tiempo que busca encontrar explicaciones que ayudaran a paliar aquella incertidumbre. 

El primero, lo nombraba “No podrá enseñarse la religión en las escuelas”. Empezaba por aclararles que eso de dar clases de religión en las escuelas no era tan antiguo como se creía. Eso dio inicio con Lutero a quien imitaron algunos reformadores europeos y más tarde los jesuitas quienes reconocieron “la importancia de la escuela, no tanto para dar a los educandos lecciones de dogmas o de doctrinas, puesto que nada de esto pueden entender los niños y jóvenes asistiendo a la escuela primaria, sino para desarrollar en ellos el hábito de asistir diariamente a misa, de recitar largas y pesadas oraciones, de invocar constantemente a la Virgen y los santos, y más que todo esto para acostumbrarlos a aceptar incondicionalmente la autoridad de la Iglesia de Roma y a no discutir, ni poner en tela de duda, la veracidad de las enseñanzas de ella”. Aunado, lo que se pretendía era que aprendieran “a reverenciar a los sacerdotes como representantes del papa y como poseedores de la autoridad de perdonar los pecados mediante la confesión auricular”.   Desde la perspectiva de Flores Valderrama, el que no se incorporara la enseñanza de la religión en las aulas no era el fin del mundo, ello se podía sustituir con la  impartida en las escuelas dominicales. Junto con eso estaba la oración diaria en los hogares “que muy pocos cristianos practican y el culto de familia que se celebra en muy pocas casas de nuestros correligionarios en México”. En ese contexto, era recomendable la lectura diaria de la Biblia y periódicos como El Abogado Cristiano. En fin, que, para el ministro de origen poblano, nada impedía esparcir el sentimiento religioso, aún cuando estuviera prohibido hacerlo en las aulas. 

El segundo apartado versaba alrededor de “Templos de cualquier culto serán propiedad de la Nación”. Respecto a esto, Flores Valderrama mencionaba que si la medida de expropiación fuese aplicada a tabla rasa, a la que vendría a beneficiar sería únicamente a la Iglesia Católica ya que las Iglesias Protestantes, no tendrían recursos para levantar otros sitios de oración y tendrían que dejar el campo libre a los católicos, lo cual resultaría un contrasentido de las medidas jacobinas adoptadas cuyo objetivo era castigar “la falta de patriotismo y sus ideas reaccionarias”. Sin embargo, estaba convencido de que al final de cuentas los Constituyentes no habrían de tomar posesión de los templos pertenecientes a las Iglesias Protestantes. Ahora bien, si lo hicieran, eso no sería el fin del mundo, ni de la práctica de la prédica. Acto seguido procedió a realizar un recuento sobre los orígenes del cristianismo y como en aquellos tiempos no existían sitios específicos para realizar las actividades religiosas. Ahora bien, si la carencia de recintos se presentara, les conminaba para que “nos unamos en devota caravana para ir a celebrar nuestros servicios divinos bajo una tienda de campaña, en las faldas verdinegras del Ajusco o en cualquiera de los extensos valles que, esmaltados constantemente de flores, abundan en  nuestra República”. Esta afirmación llevó a este escribidor, no profesante de religión alguna, a recordar algo que ya en otras ocasiones les hemos comentado. Durante nuestra infancia, al acudir a las lecciones de catecismo católico, nos dijeron que “Dios está en el cielo, la tierra y en todo lugar”, tras de lo cual preguntamos: ¿Entonces porque tenemos que venir a la Iglesia?” Y como respuesta nos expulsaron “por no estar preparados para hacer la primera comunión”.

El apartado tercero del articulo en comento buscaba encontrar una respuesta al argumento de “Nos vamos a quedar sin escuelas y sin colegios”. Esto se relacionaba con el hecho de que se establecía que “todos los edificios escolares en los cuales se haya dado instrucción religiosa o que tengan por objeto la propaganda de ideas religiosas, pasaran a ser propiedad de la nación…”.  Al respecto, expresaba su creencia de que la expropiación de sitios de enseñanza se refería únicamente a aquellos que fueron intervenidos en 1914 acusándolos de ser centros de conspiración en contra del gobierno Constitucionalista. Sería conveniente esperar si la medida alcanzaba a edificios construidos con recursos de las Sociedades Misionera extranjeras las cuales realizaron las obras al amparo de la ley y gozan de la propiedad de estos. En caso de que la medida surtiera efecto, el gobierno tendría que cubrir las indemnizaciones correspondientes. En ese sentido, el gobierno saldría perdiendo por partida doble, por una parte, tendría que erogar fuertes cantidades  de dinero y por la otra buscar como atender a una población escolar de alrededor de diez mil niños que eran los que asistían a escuelas patrocinadas por las Iglesias Protestantes. 

“…Eso no querría decir que los protestantes íbamos a quedarnos sin escuela per secula seculorum… al quedarnos sin edificios propios para nuestros trabajos educativos, no tendríamos más que rentar otros edificios para continuar nuestra obra, bajo la base de sostenimiento propio”. A continuación, argüía que la calidad de las educación impartida en los centros protestantes era superior a la de los católicos, al grado de que muchos profesantes de esta última religión preferían enviar a sus hijos a escuelas patrocinadas por los protestantes ya que en estas prevalecía una moralidad alta y el nivel del profesorado era superior al de sus competidoras. Asimismo, resaltaba que dichos establecimientos contaban con el respaldo de muchos de los Liberales que formaban parte del grupo gobernante. Recalcaba que “la escuela evangélica… nunca ha sido enemiga de ningún gobierno legítimamente constituido y mucho menos si ese gobierno es ultra progresista, como el que tenemos actualmente; tampoco se ha dado el caso de que en su recinto se tergiverse la historia patria, se insulte la memoria de nuestros libertadores y se haga público escarnio de la Leyes Constitucionales. Muy al contrario, la escuela protestante es liberal por origen y por ideales, en todos los pueblos de la tierra, y una propagadora incansable de los principios democráticos”. Por ello, afirmaba, no existían motivos para hacer caso de “…esos correligionarios nuestros de espíritu pusilánime y de corazón asustadizo. Convengamos, una vez más, que estamos ante una crisis religiosa pero no de las proporciones y consecuencias que algunos se imaginan; y aun cuando así fuera, revistámonos de entereza, llenémonos de energía y posesionémonos del valor necesario para patentizar que tenemos absoluta fe en el triunfo final de nuestros ideales y que si nos azotan huracanes de intransigencia y nos están reservados días de prueba, todo esto no servirá más que para hacernos exclamar, llenos de fortificante entusiasmo: Nos gloriamos [engrandecemos] en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación obra paciencia”. 

Ésas eran las actitudes que tomaban los miembros de las Iglesias Católica y Protestantes ante las disposiciones constitucionales que buscaban establecer el orden en materia religiosa. Los primeros, se iban por el todo o nada, mientras los segundos  optaban por ver cómo podrían desarrollar su labor en el marco de ellas. Aquello era 1917 y la discusión, desde la perspectiva protestante, versaba en busca de como operar en el marco de la ley arribando a acuerdos a través del diálogo y no mediante la descalificación. En todo hay lecciones intemporales de las cuales se puede aprender. [email protected]

Añadido (24.22. 68) ¿Cuánto se percatarán quienes arguyen que los israelitas cometen latrocinios en contra de civiles   cuando en realidad, a los asesinos de Hamas no les importa meter inocentes  a  sus escondites en hospitales y escuelas para utilizarlos como escudos humanos? ¿Es tan difícil dilucidar que para esas bestias una vida humana menos no vale nada si ello les   reditúa imagen ante sus seguidores?

Añadido (24.22.69) ¿No habrá alguien quien sea capaz de poner un alto a la incontinencia verbal del ciudadano Bergoglio Sivori?

Añadido (24.22.70) Para quienes no nos creían lo que les comentamos la semana anterior, que en el panbol mexicano todo se arregla en caliente.  Ahí está el escándalo armado en torno a los dos equipos neoloneses. Pero no hay nada de qué preocuparse, hay cemento hidráulico suficiente para cubrir ese hoyanco.

Añadido (24.22.70) Quien le manda a ese beisbolista venezolano, suspendido de por vida por realizar apuestas, no consultar con el japonés como se le hace para tener a la mano un intérprete. 

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