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Grandes cambios

Por María del Carmen Maqueo Garza

Hace 6 meses

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En estas semanas se conmemora el inicio de la reconstrucción de la ciudad de Berlín, al término de la Segunda Guerra Mundial. A partir del 12 de abril de 1945 y durante los siguientes años, se llevó a cabo la demolición de edificios muy dañados en el perímetro urbano; el retiro de escombro, y el inicio en la construcción de nuevos inmuebles, fundamentalmente destinados para casa habitación. Los encargados de estas pesadas labores fueron los mismos ciudadanos, sobrevivientes del conflicto armado, tanto alemanes como algunos judíos que salieron adelante del horror de los campos de concentración. Durante ese periodo de reconstrucción todos los cabeza de familia recibieron una cartilla de racionamiento que les aseguraba porciones más bien escasas de alimento para la supervivencia básica. Las vías de comunicación habían mermado, lo que dificultaba la llegada de víveres y medicamentos necesarios para atender a la población. El hedor de la muerte se desprendía bajo cerros de escombro y a lo largo de calles y avenidas, y las pobres condiciones sanitarias cobraron su cuota de enfermedad y muerte.

En aquellos tiempos grandes y pequeños participaban por igual en las labores de remoción de escombros. Recordemos que la ciudad, para ese momento, estaba dividida por sectores: Uno correspondía al dominio de los Estados Unidos; otro a Gran Bretaña; un tercero a Francia, y el restante a la Unión Soviética., de modo que, agregado a lo anterior, se hallaba todo lo relativo a los conflictos internos entre naciones dominantes dentro de la ciudad, lo que constituyó un microuniverso representativo de la realidad mundial. Hemos conocido personajes que en 1945 eran niños o adolescentes, y que lograron salir adelante de manera exitosa. Ni los sufrimientos del nazismo ni las limitaciones de la posguerra mermaron su espíritu.

Lo anterior viene a colación, al menos para mí, frente a unas estadísticas alarmantes que arroja el estudio de Jonathan Haidt en su libro “The anxious generation” recién publicado este año por Penguin Press. En sus primeros capítulos da cuenta de los índices de ansiedad y depresión registrados entre jóvenes de lo que se denomina “Generación Z”. El autor hace una diferenciación entre ellos y las generaciones de quienes nacieron antes del advenimiento de los teléfonos celulares, remarcando cómo ha sido distinto el desarrollo de la inteligencia emocional entre chicos que crecieron jugando presencialmente con otros y los que hoy en día desarrollan una convivencia básicamente digital con sus pares.

Haidt va repasando los elementos que marcan estas nuevas generaciones, de manera que invita a la reflexión de todos nosotros frente a la tecnología. Un dato que en lo personal me sorprendió, es la forma como se disparan lo que él llama “desórdenes de internalización”, y que se relacionan con cuadros depresivos, de autolesión e ideas suicidas, muy en particular entre jovencitas, a partir de que los teléfonos celulares poseen doble cámara, lo que permite la toma de “selfies”, uso de filtros de imagen y utilización de Instagram. El competir en un mundo de apariencias, donde siempre habrá quien luzca mejor que yo, por más que me empeñe en mejorar mi imagen, da lugar a estos estados anímicos poco deseables.

El autor hace hincapié en un hecho: Estos trastornos emocionales no guardan relación con factores del exterior, como supondríamos de entrada. No se incrementaron en catástrofes como la de las Torres Gemelas o la masacre de Columbine. Me atrevo a agregar entonces, que ello explica cómo los niños y adolescentes berlineses del final de la Segunda Guerra se aplicaron en trabajar, a la par que los adultos, en la remoción de su espacio urbano. Sí hay un registro imperfecto de casos de suicidio durante esa época, pero lo documentado corresponde fundamentalmente a varones adultos.

A partir de la Conferencia de Yalta los Aliados dividieron Berlín, pero no derrotaron el espíritu de sus pobladores, quienes se lanzaron con lo poco que tenían, a reconstruirse. A raíz de la Guerra Fría vieron su ciudad dividida por un gran muro que los mantuvo separados hasta 1989, cuando finalmente cayó, dando término con ello a una época por demás dolorosa para esa ciudad.

Regresando a Haidt y los jóvenes de la Generación Z: Habrá que estudiar ese fenómeno de desarrollo de ansiedad y depresión, y un real aislamiento de su entorno, con la mentalidad de que todos nosotros, por el simple hecho de convivir históricamente con estos chicos, somos responsables del problema y de su eventual solución. Habrá que analizar con honestidad qué tan sano es colocar un aparato celular en manos de un infante sin establecer límites de tiempo o contenidos, privándolo así del desarrollo emocional sano al que tiene derecho.

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