Ya es costumbre que cuando se busca o pide a cualquier autoridad una explicación de algún hecho solo se recibe un pretexto como respuesta. Desde un sencillo trámite hasta la toma de decisiones que afectan a la gran mayoría invariablemente aparecen los pretextos.
Vivimos en el reino del pretexto o de la barra –como se prefiera llamar-, donde resulta más fácil inventar una justificación, o buscar un culpable, antes que encontrar alguien reconozca su error. Es el reino donde la razón brilla por su ausencia.
Se crece y aprende a sobrevivir en este mundo de los pretextos y las simulaciones; prácticamente a nadie se educa para asumir sus responsabilidades, dando la cara y afrontando las consecuencias, para bien o para mal. Buscar culpables es más fácil que encontrar soluciones.
En la escuela aprendemos a justificarnos por no cumplir con las obligaciones usando pretextos casi inverosímiles. Al practicar algún deporte fingimos de manera sobreactuada una falta para engañar al árbitro y si no se consigue, nos levantamos como si nada.
Lo mismo sucede con los vecinos y en el trabajo donde a cada rato se escucha “la próxima semana te pago”, “mañana empezamos”, “el lunes inicio la dieta”, “ahora sí, mañana voy a ir”, “la última y nos vamos”, y así, una interminable lista de pretextos y excusas para no cumplir.
Cuando la aprobación del Presidente en las encuestas empieza a ir a la baja –si es que no las manipulan- surgen las justificaciones descalificando las estadísticas, que no son confiables o que son problemas heredados de administraciones pasadas.
Y cuando algún gobernante se equivoca, le echa la culpa a situaciones externas, del mercado, del clima o a lo que se les ocurra; jamás se les escucha reconocer que se equivocaron y mucho menos ofrecer una disculpa.
Las autoridades encargadas de la seguridad pública justifican su fracaso por falta de presupuesto, personal y cualquier otro pretexto. Pero no se les escucha reconocer su ineficiencia y que les faltan preparación y talento para cumplir con su obligación. Si la oposición pierde la elección pretexta que hubo anomalías, fraude o abstencionismo. ¿Por qué no reconocer que al candidato le faltaron carisma, capacidad y no pudo convencer a los electores? Cuando un médico deja olvidad una gasa en el vientre de un paciente de inmediato acusa a la enfermera, esta al anestesista y este al primero que se le atraviesa; total, nadie se responsabiliza. Situaciones similares acontecen en diferentes instituciones, empresas y oficios.
Ante el fracaso continuo de la selección nacional de futbol, sin avanzar más allá de donde nunca ha pasado, se inventan diferentes pretextos, negando la realidad y se festeja un empate a cero como si se hubiera ganado la copa, aunque no se haya de pasando a la siguiente ronda.
Y cuando alguien tiene que reconocer que se equivocó, que fracasó, lo hace de dientes para fuera, con cinismo y apostando a la desmemoria. Hoy en día resulta sorprendente y extraño que alguien reconozca que se equivoca, que se disculpe y se ponga a reparar la falla preparándose para evitarla en lo sucesivo.
Esgrimir un pretexto es engañar y engañar es mentir. Habrá quien diga que hay mentiras piadosas pero una mentira siempre será un engaño. En México somos expertos en mentir de múltiples maneras prometiendo lo imposible, echando rollos cantinflescos, descalificando al adversario, diciendo verdades a medias, propalando rumores y calumnias, quedándonos callados, sin querer ver ni oír. La investigadora Sara Sefchovich señala que con la actitud de engañar se fomentan la desconfianza, la corrupción, la impunidad, la doble moral, la desmemoria, y lo que es peor, la desesperanza.
De todos los tipos de engaños el más sencillo es el autoengaño que a la vez es el más peligroso. Poco a poco nos atrofia la capacidad de reconocer la realidad, nulifica la capacidad de asombro, la solidaridad y aniquila la razón, es decir, nos deshumaniza.
Es increíble lo difícil que es aceptar nuestras responsabilidades y limitaciones y siempre busquemos un pretexto o algún chivo expiatorio, en vez de reflexionar y prepararnos mejor, porque la disciplina en este país es letra muerta. Si la creatividad que se tiene para inventar pretextos se utilizara en aprender y mejorar, se terminaría con la maldición ancestral de tropezarnos siempre con la misma piedra.
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