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Sentido común

Por Juan Latapí

Hace 3 meses

No es fácil explicarse por qué el sentido común es el menos común de los sentidos. Basta observar cómo muchos de los accidentes son ocasionados por la falta de ese sentido común, por ejemplo, al conducir hablando por celular.

Hoy en día, con el exceso de información al que todos tenemos acceso, el sentido común se diluye impidiendo ver las respuestas que muchas veces tenemos frente a los ojos. Un claro ejemplo es en el mundo de la política donde las repuestas a los problemas suelen ser rebuscadas y con resultados pobres, por no decir inútiles, al no saber ver lo evidente.

Hay una fábula de origen oriental que ejemplifica lo anterior. Dice que un día un joven, sentado a la sombra de una higuera en su casa, decidió salir a recorrer el mundo en busca de fortuna. Pasaron los años y después de varias penurias y sufrimientos no logró encontrar la anhelada riqueza y fue tal su infortunio que un día, obligado por el hambre, tuvo que robar comida. Fue aprehendido y llevado ante el sultán para ser juzgado.

Luego de ser interrogado el joven narró su historia y el propósito de su búsqueda y fracaso para encontrar fortuna. Entonces el sultán lo condujo frente a una ventana y le preguntó qué veía tras el horizonte. El joven quedó atónito y antes de responder el sultán le dijo que durante un sueño había visto que tras el horizonte había una casa, la cual empezó a describir con detalle y mencionó que en el patio había una higuera y debajo de ella estaba enterrado un tesoro. El joven respondió sorprendido que ese lugar era su hogar. El sultán despachó al joven de regreso a su casa y le advirtió que si regresaba lo decapitaría. Al llegar a su casa, bajo la higuera excavó y encontró la anhelada fortuna.

Igual que el joven del relato, tenemos la costumbre de buscar respuestas donde difícilmente las encontraremos. Una muestra de esa práctica la tenemos actualmente ante al hartazgo ocasionado por la corrupción, por la impunidad, la inseguridad, por la desigualdad, la pobreza y el cinismo de las autoridades, vemos las broncas y ante la incapacidad de no saber ver, lo único que se ha obtenido es una buena dosis de frustración que se refleja en la polarización y la descalificación.

Esa falta de sentido común impide ver que una de las causas de haber llegado a donde estamos es la deficiente educación. Y sabemos también -aunque tampoco se quiera ver- que la base de una educación efectiva es el hábito de la lectura que a final de cuentas motiva el gusto por el conocimiento. Desafortunadamente el simple hecho de mencionar la palabra lectura ocasiona flojera y aversión. De dientes para afuera no hay quien niegue que el hábito de la lectura es necesario y provechoso aunque no se lea siquiera un solo libro en años.

En gran medida la aversión por la lectura se debe al deficiente sistema educativo que ha prevalecido durante las últimas décadas. Es increíble ver cómo jóvenes universitarios no leen ocasionando que su ignorancia sea peor que su apatía. Y no leen porque nunca se les inculcó ni en la escuela ni en el hogar.

Tristemente a los gobiernos poco les importa la educación. Tan les vale que cuando llega el momento de recortar gastos empiezan por la educación mientras paradójicamente aumentan el gasto en imagen para publicitarse. Rara vez le apuestan a un verdadero proyecto educativo ya que los resultados se ven a largo plazo y en el mundo político lo único que importa –además de su particular bienestar- es lo inmediato, lo que se puede cacarear antes de concluir su periodo, sin importar que lo presumido sea intrascendente.

Los secretarios y directores de las dependencias educativas ¿Qué tanto saben de educación y pedagogía? Tal vez tengan asesores capaces pero no la sensibilidad de quien tiene la vocación por la enseñanza porque su principal preocupación es la política.

Desafortunadamente estamos como el joven de la fábula intentando buscar respuestas en lugares lejanos sin querer ver que estamos frente a ellas olvidando que no hay peor ciego que quien no quiere ver. Un punto de partida es recuperar el sentido común para recobrar la capacidad de buscar las opciones, alternativas y respuestas que tenemos a la mano, aquí y ahora, de lo contrario enfrentaremos la amenaza de perder la cabeza, como fue advertido el joven del relato.

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