Alberto do Canto y Díaz de Viera, colonizador, aventurero, temido y respetado, nació en 1547 en la isla de Praia de las Islas Azores, pertenecientes a Portugal. Hijo de Sebastián A. Martins Do Canto y de María Díaz Viera.
Siendo un adolescente de 15 años, osado como era, se embarca para las Islas de Castilla y de ahí hacia México. Cruza por Zacatecas. Tiempo después llega a las minas de San Gregorio, donde recibe el nombramiento de alcalde. Sale de las Minas de San Gregorio con dirección a lo que posteriormente llamaría la Villa de Santiago del Saltillo, en compañía de 25 soldados, donde en julio de 1577, con 30 años, funda la capital coahuilense, siendo su primer y más joven alcalde. Como dato adicional de aquí sale años después la expedición comandada por Diego de Montemayor para fundar la ciudad de Nuestra Señora de Monterrey, en los antiguos Ojitos de Santa Lucía, que inicialmente por disposición de España es considerado un asentamiento poblacional.
Do Canto fundó la ciudad de Monclova, de la que también fue alcalde. El joven Alberto se distinguió por su porte aventurero y su hombría. Asediado por las mujeres y es así como se da un gran romance con doña Juana de Porcallo, esposa de Diego de Montemayor, quien al enterarse persigue a Do Canto y juró no cortarse la barba hasta matar a su rival en amores, situación que no se dio, pues cuenta la leyenda que Montemayor enfiló hacia el norte de la ciudad de Saltillo en persecución de Alberto, parando a descansar en un bello paraje arbolado, con agua suficiente para animales y hombres, que denominó los Ojitos de Santa Lucía, donde se cree se fundó la ciudad de Monterrey. Ante tal situación bélica amorosa, Luis Carvajal y de la Cueva, quien era protector de ambos, despojó de alcalde de Saltillo a Alberto do Canto. La propia historia refiere que siendo como era el portugués, las damas de su tiempo se enamoraban del recio y apuesto soldado, a quien los saltillenses de la época pusieron el mote de “¡Alberto del Diablo!”.
Después del desaguisado que tuvo con Montemayor, Alberto Do Canto enamoró a Estefanía, hija de don Diego, quien aún no se cortaba la barba, promesa hecha por el primer problema que tuvo con el galán y su esposa, Juana Porcallo. La leyenda no lo dice, pero seguro que el ofendido marido y padre de familia perdonó al joven Alberto, pues con el tiempo llegaron los nietos: Miguel Do Canto de Montemayor, Diego Do Canto de Montemayor y Elvira Do Canto, su única hija. Al final de su vida Alberto Do Canto Díaz Viera se retira a su finca en la Hacienda de Buena Vista, al sur de Saltillo, donde murió sin haber llegado a la tercera edad. Los historiadores consideran que tenía al fallecer unos 47 años.
Poseedor de un espíritu osado y ambicioso durante su vida, en el noreste de la Nueva España dejó testimonios como colonizador, militar, labrador, personaje audaz, novelesco y galante. Fue regidor y alcalde de Saltillo en repetidas ocasiones y desempeñando esta última función lo encontró la muerte en 1611.
Se desconoce cómo llegó al norte, suponiéndose haya sido formando parte de una expedición de Francisco de Ibarra a la región de San Martín y Mazapil por el año de 1562. Un poco antes de 1577 descubrió las minas de San Gregorio (hoy Cerralvo, Nuevo León), explotó las minas de la Trinidad (hoy Monclova), Santa Lucía (hoy Monterrey) y el Potosí (hoy Cuatro Ciénegas).
Parte de su vida Do Canto la dedicó a la “caza” de indígenas para suministrarlos a los mineros de la región. En 1604 aparece como labrador, pero pronto vuelve a formar parte, al lado de Francisco de Urdiñola, de las incursiones en contra de los bárbaros. Poco antes de morir, este singular personaje repartió entre sus familiares sus bienes. Entre 1589 y 1593 fue acusado ante el Tribunal de la Santa Inquisición. Alberto Do Canto jamás llegó a tan monstruoso y criminal sacrificio.
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