Ayer leía una nota en portada de Periódico Zócalo y firmada por el periodista Jesús Jiménez Álvarez “Chuchuy”, quien igualmente presentaba esa información en el noticiero Despega con Chuchuy, con la espléndida narración de Mirna Cepeda, la descripción sobre la manera en la que operan los clonadores de tarjetas para consumar robos en contra de clientes del banco Banorte.
Es importante lo que comenta “Chuchuy”, pues resulta un verdadero suplicio buscar que el banco reponga los cargos no reconocidos por un cliente. Lleva meses poder recuperar cantidades que pueden ir desde los mil o 10 pesos hasta los 40 o 60 mil pesos. Los fraudes en bancos son más comunes de lo que se reporta en dependencias federales, como la Comisión Nacional Para la Protección y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros, que es un organismo público descentralizado, de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP).
Existe una cifra negra, según se ha documentado en medios de comunicación, que consignan en su puesta en página este tipo de irregularidades que nadie logra frenar y que están a la orden del día, principalmente en cajeros automáticos y vía electrónica. El usuario es el que más pierde.
El banco ni un centavo arriesga. Las leyes están a favor de los grupos financieros, pues seguramente el interés del Gobierno está en la protección, sin tapujos, de las fiduciarias.
Quejas, denuncias, envío de documentación, firmas y robots que responden las líneas telefónicas y de atención al cliente a través de BANORTEL (*800), es parte de lo que desanima a quienes son timados por pocas cantidades o que no saben qué hacer para denunciar las irregularidades que debiera frenar el mismo banco. Porque es la institución la que posee datos, nombres, contraseñas, cifras, formas y soporte para rastreo de datos de sus cuentahabientes, videos, esquemas de vigilancia de las disposiciones en efectivo que cada cliente realiza en el país.
Nadie debiera disponer de cantidades que no son suyas, y más cuando el banco es el que lleva la tutela de sueldos, ahorros, pensiones, créditos, pago de utilidades, etcétera, de las personas que confían el financiamiento de su dinero, en este tipo de prestadoras de servicios.
Los clientes están en la indefensión y completamente vulnerables a fraudes bancarios. Desde la clonación de tarjetas, el robo en efectivo, los “pacazos”, asaltos fuera o dentro de las sucursales, hasta el mishing, pharming, phishing o carding (como se conoce a fraudes en tarjetas de crédito, débito o ahorro) nadie se escapa al viacrucis que deberá emprender –luego de un robo de dinero– si es que quiere reclamar o recuperar lo robado en bancos con deficiente apoyo a sus clientes, como lo es Banorte.
Según la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV), en el ranking de los peores bancos y que acumulan más quejas de sus clientes están Banamex, Santander, HSBC, Scotiabank y Banorte. Y ni quién les diga nada. Son bancos de la impunidad…
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