La primera vez que voté fue el 4 de julio de 1976. Lo hice en favor de Valentín Campa, líder ferrocarrilero, candidato del todavía ilegal Partido Comunista. Como no era candidato registrado, había que escribir el nombre completo, con sus dos apellidos, en la boleta para que el sufragio fuera legal, cosa que hice. Sin embargo, todos los votos a su favor fueron anulados, junto con los de otros candidatos no registrados, como Cantinflas. Se anularon más de 1.1 millones de votos. Uno de ellos era mío.
El único candidato en la boleta presidencial era José López Portillo, nominado por el Partido Revolucionario Institucional, el Partido Popular Socialista y el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana. El PAN no postuló a nadie. La Cámara de Diputados, convertida en Colegio Electoral Federal, calificó posteriormente la elección y declaró presidente electo a José López Portillo con 100% (sí, 100%, no menos y afortunadamente no más) de los votos válidos. El PRI ganó 195 de los 196 distritos electorales y el PARM uno. Cuando se conformó la Quincuagésima Legislatura, la Cámara baja quedó conformada por 217 diputados de la alianza oficialista (196 del PRI, 12 del PPS y 9 del PARM), mientras que el único partido de oposición, el PAN, tuvo 20 (8.3 por ciento). En el Senado, los 64 escaños quedaron en manos del PRI.
El año siguiente el sistema empezó a cambiar. “México vivió una auténtica transición democrática entre 1977 y 1996-1997”, escribió José Woldenberg en Historia Mínima de la Transición Democrática en México (2012). “El país transitó de un sistema de partido hegemónico (como lo llamó Giovanni Sartori) a un sistema plural de partidos, de elecciones sin competencia a elecciones altamente competidas. Pasamos de una Presidencia omnipotente (o casi) a un Ejecutivo acotado por otros poderes constitucionales; de un Congreso subordinado en lo fundamental a la voluntad presidencial a otro cuya dinámica se explica por la coexistencia de un pluralismo equilibrado; de un federalismo nominal, pero altamente centralizado a un federalismo genuino todavía primitivo, e incluso de una Suprema Corte de Justicia que durante años tuvo una escasa relevancia en el terreno de la política, a una Corte que en muchos momentos actúa como auténtico árbitro en los conflictos que se suscitan entre diversos poderes”. Woldenberg añadió: “De manera lenta pero consistente, el pluralismo político, por medio de elecciones, había venido modificando el mundo de la representación política”.
El expresidente del gobierno español, Felipe González, me dijo en 1998: “Vosotros los mexicanos estais esperando un momento en que podais decir ya tenemos una democracia. Pues dejadme que os diga que ya teneis una democracia”.
El PRI perdió la mayoría en la Cámara de Diputados en 1997 y la Presidencia en 2000. Desde entonces los candidatos de oposición han ganado la mayoría de los comicios en todos los niveles. La alternancia de partidos en el poder se ha convertido en un hecho habitual; y la alternancia es la prueba de fuego de la democracia, de cualquier democracia.
Hoy nos dicen, sin embargo, que la historia es falsa, que la democracia solo empezó en México en 2018, cuando el actual partido gobernante conquistó la Presidencia. Nos lo dicen, curiosamente, algunos que fueron militantes del PRI hegemónico. Por eso es tan importante conocer la historia real. Después de todo, como escribió Jorge Santayana, “aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”.
Apagones
La prensa nacional no lo ha advertido, pero en los últimos meses Playa del Carmen, Quintana Roo, ha sufrido una exasperante serie de prolongados apagones, así como descargas eléctricas que han arruinado enseres domésticos. Y no, no hay indicios de quemas de pastizales.
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