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Beethoven y sus últimos cuartetos

Por Joel Almaguer

Hace 3 años

Dos de los grandes desafíos en materia de composición para un autor son la fuga y el cuarteto de cuerdas. En el primero, la forma tan compleja, cuyo más grande ejemplo es Johann Sebastian Bach, el compositor debe manejar de manera perfecta el uso de voces y temas. En el segundo desafío, el cuarteto de cuerdas, la dificultad radica en que con cuatro elementos el compositor debe ser capaz de sintetizar toda una idea musical.

No es gratuito que los grandes compositores se impongan este reto a manera de saber si son capaces de hacer una obra perfectamente lograda y equilibrada con tan pocos elementos. Porque con 100 instrumentos la genialidad puede llegar a diluirse, a ser engañosa, pero en el cuarteto todo es evidente.

Beethoven fue criticado por no usar la forma fuga durante un tiempo en su vida. La fuga es tan mecánica, que carece de expresión, decía el genio. Aún así había hecho trabajos con este recurso durante su juventud. Años más tarde, al final de sus días, Beethoven compondría una de las mayores fugas mejor logradas y de una complejidad que incluso hoy asombra y deja atónitos a muchos.

Los cuartetos para cuerdas 12 al 16 son los últimos del compositor y donde se evidencia para muchos la verdadera esencia del genio alemán. La Grosse Fugue deja contundente testimonio de que Beethoven era capaz de componer fugas. Algunos de estos cuartetos fueron bien recibidos. Otros no tanto. “Qué me importa a mí su maldito violín”, dice alguna vez Beethoven en respuesta a un músico que catalogó como intocable su obra. “¿No les gusta mi obra? No importa, yo no compongo para ellos, yo compongo para el futuro.”

Beethoven era consciente de la trascendencia de sus últimos cuartetos, escritos entre 1824 y 1826. “Muss es sein? Es muss sein. ¿Tiene que ser? Tiene que ser.” Son las palabras que se leen en el último movimiento del cuarteto 16. Tiene que ser. Unas palabras sobre el destino que Beethoven en repetidas ocasiones caviló. Cuando el destino llega, es inevitable aceptarlo. Por más que impongamos nuestra voluntad, existe esta historia que se repite una y otra vez. Es lo que Tomás, en La Insoportable Levedad del Ser, se pregunta al igual que Beethoven. El destino se impone.

También Thomas Mann admira los últimos cuartetos del compositor y lo deja claro en palabras de Adrián, personaje principal de Doktor Faustus: “Es irritante tan solo, a menos que no quiera uno ver en ello motivo de satisfacción, que no exista para caracterizar ciertos elementos de la música, o por lo menos de esta música, ningún adjetivo apropiado, ni ninguna combinación de adjetivos.” Nada qué añadir.

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