Por más que uno quisiera voltear hacia otra parte y abordar temas ajenos a los políticos y los funcionarios públicos actualmente en el candelero, estos se empeñan en continuar siendo el centro de atención. Y los días anteriores han sido especialmente ricos en hechos y dichos enriquecedores del catálogo de anécdotas y desbarres, algunos de los cuales socavaron aún más los ya de por sí endebles cimientos de nuestra democracia.
El doctor Hugo López-Gatell, vocero oficial a cargo de informar sobre la epidemia del coronavirus, el martes anterior, en una de sus aburridas y sospechosas conferencias de prensa, cinceló una frase digna de figurar con letras de oro en la fachada del edificio de la Secretaría de Salud, e incluso pudiera servir de lema en el escudo de esa dependencia. Por si usted no lo escuchó, el epidemiólogo de la voz falsamente dulcificada lanzó a través de la televisión la siguiente joya: “Las personas que fallecieron, fallecieron; sí, es lamentable y doloroso, pero así es”.
Lo dijo, aunque usted no lo crea. Con ello entró en franca competencia con esa leyenda del beisbol que fue Yogi Berra, quien pasó a la historia por algunas de sus frases más disparatadas. Ahora, el doctor López-Gatell parece dispuesto a competir con Yogi, cuyo repertorio ocupa páginas y más páginas de varios libros.
A él se le atribuyen las siguientes perlas, como llamaba el inolvidable Nikito Nipongo a los deslices del lenguaje que publicaba en un diario capitalino en una regocijada columna titulada Perlas japonesas: “Si no sabes para dónde vas, terminarás en cualquier parte”. “Hasta Napoleón tuvo su Watergate”. “Hagan parejas de tres”. “Ya nadie va para allá. Siempre está demasiado lleno”.
La diferencia entre el enunciado del doctor López-Gatell y los de Yogi, es que los del pelotero resultan divertidos, mientras que el del epidemiólogo es francamente macabro e inquietante por venir de quien tiene la responsabilidad de reducir hasta donde sea posible el número de fallecimientos de fallecidos, para usar la impecable perogrullada del distinguido galeno.
Al médico solamente le falta parafrasear a Berra y su celebérrima sentencia de “Esto no se acaba hasta que se acaba”, al pronosticar el fin de la pandemia anunciando: “La pandemia acabará el día que se acabe”. Con la ventaja de que eso sí se lo vamos a creer.
¿Qué nos pasa? O, más bien, ¿qué les pasa?, preguntaría Héc-tor Suárez como en su popular programa de televisión.
Frenaa
Simpatizantes del Presidente de la República y también algunos de sus críticos, no han dudado en considerar de extrema derecha al Frente Nacional AntiAMLO, habiendo buenas razones para hacerlo. Lo que no se ha tomado en cuenta es que los sentimientos antiAMLO no son exclusivos de quienes toman parte en las caravanas de automóviles o atienden la convocatoria de reunirse en el Zócalo. Hay miles de personas irritadas: académicos, científicos, artistas, burócratas desempleados, padres de niños con cáncer, descontentos por el manejo de la pandemia y de la crisis económica, cuyo agravamiento parece ineludible, y decenas de razones más. Frenaa es la manifestación más estridente del malestar, pero de ninguna manera es un caso único. Acusar a ese movimiento de ser la expresión de la derecha más radical no desactiva a los demás focos de descontento y mucho menos vaticinarle un fracaso seguro. Recordemos, guardando las distancias, el cacerolazo chileno, inicio de un movimiento que terminó con el Gobierno de Salvador Allende.
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