Saltillo, Coah.- Arteaga es una pintoresca villa situada a la mitad de la Sierra Madre Oriental, detalla Vito Alessio Robles en la leyenda La Sierra de las Bayas, publicada en el libro Entre la Realidad y el Mito de María Concepción Recio Dávila.

Antiguamente se llamaba San Isidro de las Palomas o Palomas Afuera, rica estancia de excelentes tierras trigueras, regadas por los manantiales de Palomas de Adentro y del Ojo Negro, que corre por el arroyo de Palomas y se precipita por la cascada de El Chorro para mover después las turbinas de la fábrica de hilados y tejidos La Bella Unión.

Estas tierras y aguas fueron mercedadas en 1591 por el fundador Urdiñola a don Buenaventura de la Paz, nieto de Xicoténcatl , y a don Joaquín Velasco, gobernador de los indios del pueblo de San Esteban de Nueva Tlaxcala.

En las márgenes del arroyo Palomas existen también ruinas muy antiguas de viejos “gameles” y, no habiendo encontrado minas inmediatas, se ha provocado y excitado las ansias de gambusinos que durante muchos años han buscado inútilmente minas abandonadas o perdidas.

Hacia el norte de Arteaga, la Sierra Madre Oriental deja desprenderse un alto y macizo contrafuerte llamado la Sierra de las Bayas, que presenta abras estrechas y acantiladas.

Sus relieves pelones se distinguen desde Saltillo. Allí es fama que existe una riquísima mina abandonada y que hace algunos años un pastor, cuya familia residía en Ramos Arizpe, vendía cautelosamente en Saltillo grandes tejos de plata extraídos de la mina.

PERDIDO EN LAS SOMBRAS

Se separó una expedición de hombres animosos de Ramos Arizpe. Con buenas cabalgaduras, abundantes provisiones y largas cuerdas, decidieron buscar cautelosamente la mina que había proporcionado repentino bienestar y riqueza al pastor.

Se dividieron para explorar y, tras largas ansiedades y decepciones, encontraron un profundo agujero. Hicieron sondeos y no alcanzaban el fondo. Arrojaban piedras y el ruido del choque de ellas no llegaba a los oídos. Parecía una misteriosa sima sin fondo. Se efectuó un sorteo para decidir quién habría de bajar al abismo. El designado por la muerte fue sólidamente amarrado con larguísimas cuerdas y comenzó un descenso que parecía no tener fin. Repentinamente la tensión de la cuerda de anuló por completo.

Los que estaban en la boca del pozo pensaron que habían tocado fondo y esperaron ansiosamente. Pasaron los minutos y las horas y el que había bajado no daba señales de vida.

La cuerda estaba suelta. Intrigados, la hicieron ascender en toda su longitud. No estaba rota, pero el mortal atado había desaparecido como por encanto.

Nadie se atrevió a descender. Regresaron tristemente con el presentimiento de una gran desgracia, pero 10 días después apareció en Ramos Arizpe el que había descendido, todo maltrecho, con heridas en la cabeza, en las manos y en los pies, exangüe y macilento.

Había encontrado a una gran profundidad una especie de galería casi horizontal, quiso explorarla, desanudó la cuerda y había caminado durante seis días y seis noches por dicha galería, lastimándose los pies, desgarrándose las manos y chocando con su cabeza contra las rocas.

Afortunadamente había encontrado abundantes veneros de agua que habían apagado su sed. Atravesó subterráneamente toda la Sierra de las Bayas en una longitud de 15 kilómetros para salir frente a la estancia de La Roja.