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Clotilde Magdalena Peña Fernández Una vida dedicada a forjar nuevas generaciones

Por José Luis Medrano

Publicado el lunes, 9 de febrero del 2009 a las 16:00


Apasionada de la educación y maestra empírica que desde niña quiso siempre transmitir sus conocimientos a los demás

Piedras Negras, Coah. – Apasionada de la educación y maestra empírica que desde niña quiso siempre transmitir sus conocimientos a los demás, la señorita Clotilde Magdalena Peña Fernández cumplió ayer 90 años y casi 40 de ellos dedicados a forjar nuevas generaciones.

Cota, como cariñosamente la llaman sus familiares y amistades, afirma que si por ella fuera “todavía estuviera dando clases”.

Problemas de salud la obligaron a suspender las clases que en lo particular impartió hasta hace poco tiempo, pero como maestra auténtica de vocación, ha pintado una profunda huella como incansable precursora de la enseñanza en Eagle Pass y Piedras Negras.

Nacida el 8 de febrero de 1919, quinta de ocho hijos procreados por el matrimonio de don Pilar Peña García y Clotilde Fernández Peña, desde pequeña mostró su inclinación por la educación, pero obedeciendo la negativa de su padre que se oponía a que asistiera a escuelas mixtas, se vio en la necesidad de suplicar prácticamente a la directora de la escuela “Benito Juárez” -sólo de mujeres- que le permitiera atender funciones docentes, para llegar a ser aprendiz de maestra, sin recibir remuneración alguna.

Fue así como al poco tiempo de haber recibido con honores y reconocimientos su diploma de primaria en esa misma escuela, comenzó a participar en la enseñanza durante tres años alternando grupos de primero al sexto año.

En 1934 se fortalecía el cumplimiento de su gran sueño, cuando la directora de la escuela particular “Vicente Guerrero”, profesora Zoila Gloria, la requirió para atender a un grupo de alumnos de primer y segundo grados.

Y ahí permaneció en ese plantel que se ubicaba en la calle Colón, entre Zaragoza y Morelos.

Su entrega al desarrollo de sus funciones le hizo acreedora a que tres años después, en septiembre de 1937, las profesoras Antonia Cuéllar de Lara y Anita Terraza de Ramírez, fundadoras del inolvidable colegio “Apolonio M. Avilés”, la llamaran para trabajar ahí también.

Cabe señalar que generación tras generación, durante toda su carrera magisterial, Cota nunca pudo, por petición de los padres de familia, dejar de atender al primer grado, por lo que en algunos tiempos se vio en la necesidad de asistir grupos hasta de 80 alumnos.

Por su reconocida trayectoria, la Secretaría de Educación Pública la nominó merecedora a un reconocimiento oficial que recibió del entonces oficia mayor y posteriormente presidente de México, Luis Echeverría Álvarez, en septiembre de 1955.

En esa ocasión, la señorita Peña Fernández fue acompañada por el inspector de zona escolar, profesor Rafael Castro Flores, un hombre y gran maestro que siempre defendió a profesores empíricos.

La profesora Peña Fernández alternaba su labor en Eagle Pass y Piedras Negras y para atender grupos para fortalecer la enseñanza del idioma español, así como en el terreno de las matemáticas y que se decía en aquel entonces, que ambos ramos eran más eficientes en México.

En su domicilio en Colón y Morelos, donde vive con su hermana Ernestina y acompañadas a diario por su sobrino Joaquín Villarreal Peña, la maestra Peña Fernández afirma que entregarse a la educación fue hermoso.

“No sentí el tiempo… seguí dando clases particulares y si pudiera, por mí aún lo haría”, dice, desde el lecho donde convalece de una fractura sufrida por una caída.

La maestra Cota se caracterizó por su drasticidad que imponía para bien de los alumnos, una absoluta disciplina y cumplimiento en sus tareas.

Recibía a sus alumnos, no sin ante inspeccionar su higiene personal, corte de pelo, uñas limpias y calzado aseado; eso era lo primordial.

En 1971, por enfermedad de su madre, doña Tila renunció al colegio Avilés, donde se trabajaba mañana y tarde, para auxiliar a sus hermanas.

Luego, al fallecimiento de su madre, recibió una propuesta del doctor Salvador Cavaría de construir una escuela para que ella la dirigiera.

Ella declinó la propuesta, pero su nobleza la obligó a continuar ejerciendo por las tardes con los hijos del mencionado galeno y luego se agregaron alumnos más a los que impartía clases en sus respectivos domicilios, lo que la obligó a aprender a manejar automóvil.

Combinaba en aquel tiempo su responsabilidad docente con la atención del negocio denominado “El Negrito”, fundado en 1943 y cerrado apenas en septiembre de 2008, cuando ya no lo pudieron atender ella y su hermana Ernestina.

Josefina murió en 1998 y prácticamente ahí se truncó su larga carrera magisterial.

Afirma que al venir al mundo, nadie sabe cuánto va a durar su existencia ni cuál será su porvenir, pero que el mejor regalo que Dios le concedió es cumplir 90 años

“Mi mayor satisfacción -añade- es el haber respetado a mis padres, recordar a mis maestros, querer a mis hermanos, proteger y regañar a mis sobrinos, pero sobre todo, el haber enseñado a muchos muchachos”.

Luego sonríe melancólicamente y concluye:

“Mis ex alumnos son como mis hijos… y tal vez, después de todo lo que le comenté… fue que se me olvidó casarme”, finalizó.

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