Un día para conmemorar no es una frase al azar, implica una base histórica, llena de sudor, lagrimas y sangre de las mujeres que dieron su vida por el ideal de alcanzar la igualdad en la sociedad que vivimos.
El 8 de marzo, no fue tomado al azar, fue producto de una serie de eventos que flagelaron al gremio de mujeres obreras en Nueva York, quienes a su vez se manifestaban por mejoras laborales, en su trabajo en la fábrica de camisetas triangulo, sin embargo todo acabó en tragedia porque su manifestación fue acallada por la policía, algunas resultaron muertas a balazos mientras sofocaban la manifestación, otras perdieron a vida en el incendio que consumió la fábrica donde trabajaban, en una escena atroz donde no había rutas de evacuación y los bomberos no podían apagar el incendio en forma eficaz, algunas de esas mujeres se acercaron a las ventanas y saltaron a su muerte, en total más de 120 mujeres fallecidas; a partir de ese momento e inspiradas en la tumultuosa marcha fúnebre que siguió los cuerpos hasta su última morada; en las décadas posteriores las nuevas generaciones no olvidamos a estas mártires.
Por eso, luego se verificó la huelga de pan y rosas, e innumerables marchas que se realizan hasta nuestros días en el emblemático 8 de marzo, y no obstante que simboliza la lucha pacífica por los derechos de las mujeres, se ve empañada por las desafortunadas muestras de hartazgo que se materializan en daños a la propiedad pública y privada.
Las que por ningún motivo pueden ser dispensadas por la bandera de la subversión justificada, por los atropellos, por las injusticias que sufrimos las mujeres, por las desaparecidas, ni los feminicidios; pero, ante todo, la lucha debe seguir y las críticas paulatinamente deberán ser menos, en la medida que logremos consolidar una voz unánime y con manchas por la igualdad de género, igualdad de oportunidades para todas y para todos.
Las marchas deben seguir, sin importar todas las propagandas amarillistas y por más incomodas que les parezcan, por que los atropellos siguen, las niñas y mujeres aun son maltratadas, explotadas, ninguneadas y sobajadas, muchas veces olvidadas sin justicia, sin pena y sin gloria.
Y todo eso no es algo que como mujeres o como sociedad debamos permitir, el único camino es la visibilización, la concientización y el cambio de paradigmas en esta sociedad con ideas heredadas del patriarcado que no acaba de perecer.
En la actualidad son más mujeres y niñas las que se unen a las marchas del 8 de marzo, con sus atuendos morados, con sus pancartas y sus flores, porque creemos en un futuro mejor, aun y cuando se habla de más de ciento treinta años por venir para alcanzar una verdadera igualdad, la que no verán nuestros ojos, ni los de nuestras hijas, la sola idea de un mundo igualitario debe ser suficiente para no retroceder ni un paso atrás.
Las proclamas, las exigencias, los vítores, las canciones, los poemas y los bailes de las mujeres que se manifiestan en el 8 de marzo, están impregnados de la realidad que nos rodea, de las verdaderas exigencias de nuestra era, por eso hay que seguir con ellas, dejarlas vibrar y no acallarlas.
Hoy no solo nos manifestamos por la igualdad entre el hombre y la mujer, por nuestro empoderamiento, sino que también luchamos por una verdadera paridad política y laboral, así como para darle voz a todas las mujeres que nos faltan, por las que están lejos de nuestros hogares, por las desaparecidas y por aquellas que han muerto sin justicia.
Por eso debemos estar unidas en una sola voz, que aunque trillado, es un hecho que la unidad hace la fuerza, no debemos sentir vergüenza por marchar el 8 de marzo, debemos sentirnos satisfechas con el deber cumplido, por que con ello habremos contribuido con nuestra responsabilidad de no abandonarnos como mujeres, por todas aquellas que nos necesitaron y murieron en la esperanza de un mundo mejor, por aquellas que hoy no tienen justicia, por nuestras hijas y las hijas de estas, manifiéstense y únanse hoy mañana y siempre por un 8 de marzo perpetuo en el que no falte ninguna.
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