Ruta
Por Ruta Libre
Publicado el viernes, 2 de febrero del 2018 a las 19:09
Por: Jesús Castro
Saltillo, Coah.- A un templo católico de Saltillo, Coahuila, entró una mujer con aire decidido y frente en alto. Llevaba el pelo recogido y lentes sobre su cabeza. Atravesó el pasillo central observando la nuca de las presentes, que esa tarde habían llenado todas las bancas, como si fuera la misa del domingo, pero ahora había en las primeras filas un grupo de monjitas.
Cuando llegó hasta adelante y estuvo a unos metros del altar, se dio media vuelta y sonrió. Los ojos de todos se entreabrieron de forma extraña. La vestimenta superior de la mujer era eclesial, con un alzacuellos blanco, como el que usan los sacerdotes, pero ella llevaba falda. Y los ojos terminaron de abrirse cuando les reveló: “yo soy sacerdotisa”.
Las mismas monjitas ahí presentes la vieron con extrañeza, pero con aceptación. Estaban viendo la versión femenina de los sacerdotes a los que están acostumbradas a servir y ayudar, sólo que con falda y un poco de labial.
Ese día, la mujer sacerdote no estaba ahí para consagrar el pan y el vino, sino para hablar de la dignidad de la mujer en la religión. Se llama Amparo Lerín Cruz, y es una de las dos primeras mexicanas ordenadas por la Comunión Mexicana de Iglesias Reformadas y Presbiterianas.
Pero no son las únicas sacerdotisas en México, también las hay de otras denominaciones religiosas, como la Iglesia anglicana, que contabiliza casi 10 mujeres mexicanas ordenadas sacerdotisas, otras tantas diaconisas y hasta podría haber una Obispo.
Desde 1994 algunas iglesias, como la Anglicana, los episcopalianos de EU o los luteranos de Suecia y Alemania, ya reconocieron su dignidad eclesial y no sólo ordenan mujeres sacerdotes, también obispos.
Según cifras del 2010, ese año fueron ordenadas más sacerdotisas que sacerdotes: 290 mujeres frente a 273 hombres. A partir del 2000, cada año se ordenan unos 500 nuevos presbíteros varones, pero también se jubilan unos 300 y otros tantos dejan el ministerio.
En México como en otras partes del mundo no la han tenido fácil. Mientras que las anglicanas llegaron con camino recorrido, otras denominaciones religiosas trabajaron contra corriente. Es el caso de Amparo Lerín, quien pertenecía a la Iglesia Nacional Presbiteriana de México.
Ella misma fue ponente durante el Concilio sobre la Ordenación de Mujeres en diciembre del 2011, pero los presbiterianos se negaron a validar el sacerdocio femenino. Y ella junto con otros siete miembros lograron encontrar el camino para hacer realidad el sacerdocio femenino.
Mientras eso sucede en otras denominaciones religiosas, en la Iglesia católica el tema va lento. Hubo un intento hace 15 años, en un encuentro mundial de teólogos solicitado por Vaticano para estudiar el sacerdocio femenino, al que acudió el fraile dominico mexicano Julián Cruzalta.
Y ahora, el Papa Francisco creó una Comisión especial para estudiar la posibilidad de otorgar el diaconado a las mujeres. Julián Cruzalta dice que el camino en la Iglesia católica es lento y si pasa algo será hasta dentro de 30 años.
VOCACION FEMENINA
En el altar, dos manos morenas se extienden y toman el pan. Quien oficia la eucaristía, de solemne alzacuellos y ornamento multicolor, pronuncia las palabras que Jesucristo dijo hace 20 siglos. “Esto es mi cuerpo entregado a favor de ustedes. Tomad y comed todos y todas de él”.
El rito continúa elevando la copa de vino y ofreciéndola a los reunidos a la mesa del Señor. La comunidad eclesial está reunida y en espera del momento de compartir el pan. Y ella lo hace, sí, ella, la mujer de falda negra que acaba de bendecir el pan y el vino es quien preside.
Se llama Amparo Lerín Cruz y nació en la capital de Oaxaca. Su padre era originario de la región de La Cañada y su mamá de Etla. Su madre era de religión Pentecostal, mientras que su padre se declaraba ateo, aunque era hijo de católicos.
“A nosotros a veces nos dejaban en la escuela dominical, íbamos eventualmente. Mi abuela paterna era católica, mis tías también, entonces me llevaban a misa, me enseñaban a rezar, mi mamá me enseño a orar. Yo oraba”, platica Amparo.
Pero al final de su adolescencia decidió seguir la religión evangélica y comenzó a asistir a la Iglesia presbiteriana. Participó de misiones llevando comida, vestido y brigadas médicas a comunidades rurales. Poco a poco se enamoró del servicio, y es entonces cuando surge la vocación.
Un día, estando en un campamento de jóvenes, habló con uno de sus pastores y le confesó que sentía el llamado de Dios a servir. La respuesta fue que siguiera orando para pedirle la dirección a Dios, para que él confirmara el llamado. Y así lo hizo.
“Hubo un momento en el que yo le dije a mi pastor ‘ya estoy lista. Tengo algo ahorrado y me quiero ir al Seminario’. Y me dijo ‘yo no sé si aceptan mujeres’. Déjame hablar al Seminario Teológico Presbiteriano de México. Habló y después me dijo ‘sí aceptan mujeres”, recuerda.
DESHEREDADA
Lo que seguía era decírselo a sus papás. Cuando se los confesó, le dijeron que estaba muy joven, que primero estudiara una carrera universitaria, tuviera su casa, su carro, que ejerciera. Por eso ingresó a la carrera de Administración de Empresas, de la que se graduó a los 22 años.
“Esos cuatro años de la carrera, mis papás pensaron que se me iba a olvidar. Yo al contrario, lo afirmé. Le pedía al Señor que si no era su voluntad me dijera de alguna forma, pero no fue así. Trabajé, ejercía; aún ejerzo como administradora, pero la pasión por el servicio, por el apostolado, continúa”, manifestó Amparo.
Por eso cuando terminó la carrera se puso a trabajar e hizo algunos ahorros para irse al Seminario. Cuando tuvo lo suficiente volvió con sus padres para informarleS que se iba a México, que ya estaba inscrita en el Seminario y que dedicaría su vida a Dios.
Ahí comenzaron los problemas. Amparo se detiene un poco. Algunas lágrimas se asoman de los ojos mientras cuenta que sus padres le reclamaron haberse inscrito sin su autorización. Les dijo que ella ya era mayor de edad y podía decidir por sí misma.
Ellos pensaban diferente, el suyo era un hogar muy conservador, donde los papás decidían sobre la vida de los hijos. Amparo vuelve a interrumpir la entrevista por un nudo que se le ha hecho en la garganta. Y luego habla entrecortado.
“Entonces mi mamá sí me dijo ‘pues te desconocemos como hija. Te desheredamos’. Yo sé que no era mucho lo que me tocaba, pero sí me dolió bastante, pero dije ‘bueno, yo ya decidí’”, continúa el relato limpiándose las lágrimas.
Les dijo que no importaba que la desheredaran, que la desconocieran, que se iba. Y a pesar de la negativa, la acompañaron a entregarla al Seminario y no volvió a verlos sino hasta tres meses después, cuando su mamá volvió un día, le pidió perdón, le dijo que la quería mucho, que la extrañaba y que olvidara lo dicho antes, que ella siempre sería parte de la familia.
HASTA AHÍ LLEGASTE
En el Seminario estudió la Maestría en Divinidades y al terminar se encontró con lo que todas las mujeres que estudiaban la Teología en la iglesia Presbiteriana: que de ahí no pasan. Podían ser maestras de niños o mujeres en su comunidad, pero no podían acceder al ministerio pastoral.
A lo más que podían acceder era a ayudar al pastor de la comunidad. Y Amparo lo hizo, porque estaba casada con el pastor Rubén Montelongo, con quien procreó dos hijos. Pero no era lo mismo, ella ejercía como ayudante, pero la dignidad del ministerio era de él.
Entonces comenzaron ella y otros miembros de la Comunidad, hombres y mujeres, a trabajar para hacer ver la necesidad de otorgarles a las mujeres la ordenación sacerdotal. Sabían que desde 1985 ha habían ordenado a mujeres diaconisas y a otras como ancianas de la Iglesia.
Pero la asamblea general de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México las desconoció. Incluso en algún momento se quiso hacer un rito para retirarles la ordenación, pero no pudieron, no supieron cómo hacerlo y optaron por sólo desconocerlas.
Tiempo después, los que trabajaban por la ordenación de las mujeres o para que se diera esto dentro de la Iglesia presbiteriana organizaron un concilio en Chonacatlan en 2011 para ser escuchados por las autoridades de la Comunidad Presbiteriana.
En aquel entonces Amparo tomó el micrófono y dijo que como iglesia reformada, al ser recibidos en plena comunión por el sacramento del bautismo, hombres y mujeres gozan de los mismos derechos, privilegios, y responsabilidades, por tanto no debía haber miembros de segunda clase.
“Si la Iglesia es el cuerpo de Cristo, ¿podremos excluir a algunos de sus miembros? ¿Podemos excluir a una parte del cuerpo de Cristo que son las mujeres? No, no es posible hacer tal cosa, no es posible hacer de lado a las mujeres, porque somos parte del cuerpo de Cristo”, dijo aquel diciembre de 2011.
Luego expuso fundamentos bíblicos y teológicos para probar que la ordenación de mujeres no era contra el designio divino, sino todo lo contrario, era precisamente un designio divino instaurado en la iglesia primitiva, que los varones luego se adjudicaron.
Pero al terminar el Concilio los vetaron, les dijeron que ya no se hablaría del tema, luego la votación de la mayoría presente negó la posibilidad de la ordenación femenina. Y tiempo después, a los siete presbíteros que más lucharon por esta causa los excomulgaron.
“A las mujeres no nos hicieron nada, pues no valemos. No nos visualizan, no nos ven, entonces no nos pueden hacer nada, pero nosotros no reconocimos esa excomunión, no reconocemos su poder para quitarte de la mesa del señor”, afirmó Lerín Cruz.
CISMA Y ORDENACIÓN FEMENINA
Ante ese panorama decidieron formar una nueva Asociación Religiosa. Desconocieron la excomunión de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México y formaron la Comunión Mexicana de Iglesias Reformadas y Presbiterianas. La conformaron siete presbíteros, dos mujeres con aspiración a ordenarse sacerdotisas y siete comunidades o parroquias.
Y una vez constituidos como AR decidieron ordenar sacerdotisas a Amparo Lerín y a Gloria González el 28 de octubre del 2012, en la Ciudad de México. Después a Margarita Islas, quien ya falleció.
“Me ordenaron presbítera. Soy sacerdote de la Palabra del Señor”, dice orgullosa Amparo. Ya tenía 40 años y dos hijos, uno de 16 y una de 11. En esa ordenación sacerdotal sí estuvieron sus papás, que ahora sí apoyan el ministerio de las mujeres. Y la acompañó su esposo, también presbítero.
Explica que la negación de las iglesias de ordenar mujeres es por el miedo que tienen los varones a que las mujeres incursionen en un campo que ha sido su territorio por siglos. El miedo a perder y competir. Es el machismo de las iglesias, miedo a que la mujer tenga las mismas oportunidades.
“Pero yo me pongo a pensar, eso es algo divino. No es algo que nos lo otorguen o no los hombres, es algo que Dios nos llama a ser, y no podemos decirle no a Dios, porque ellos dicen que no, que no se puede”, fundamentó la ahora sacerdotisa.
Platicó que en su caso ha demostrado como sacerdotisa dar el mismo servicio ministerial que los hombres realizan en la Comunidad de Fe Gente Nueva, Zibacantepec, municipio de Almoloya de Juárez, en el Estado de México, donde actualmente reside.
Ella ejerce sólo dos sacramentos: el Bautismo y la Eucaristía. También ministran bodas, pero no como un sacramento, sino como una bendición a las parejas. En el caso de la fracción del pan, lo hacen siguiendo la costumbre biblica, muy similar a como la realizó Jesucristo en la última cena, en la que, asegura Amparo, no sólo estuvo acompañado de 12 hombres, sino de mucha más gente.
“Nos hemos ido con la idea de la imagen de Da Vinci, donde está Jesús en una mesa con los 12. Pero la mesa del Señor era muy inclusiva. Se celebró en la fiesta de la pascua, y la fiesta de la pascua era totalmente inclusiva. Tenían que estar los niños de la casa, las niñas, las mujeres, toda la familia completa; los sirvientes, los extranjeros, los vecinos”, manifiesta.
JESÚS NO ORDENÓ SACERDOTES
En lo anterior está de acuerdo el teólogo y fraile dominico católico Julián Cruzalta, quien lleva más de 25 años como maestro de Teología. También es cofundador del Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Victoria, que es el centro de los Dominicos en México.
“Esa idea que tenemos de 12 hombres con Jesús en la última cena es un símbolo de las 12 tribus de Israel. Por supuesto que eran más de 12, y ahí había mujeres incluidas”, declara Cruzalta. Sin embargo, la Iglesia se ha ocupado de borrar esa imagen por esa tradición patriarcal machista.
Declara que hoy se sabe que en el siglo 1 y 2 no había ministerios como existen ahora, no había sacerdotes, eran comunidades de fe, se partía el pan en casas, no había templos, y lo casero siempre fue un asunto de mujeres, mientras que el terreno público era de hombres.
Entonces, en la iglesia primitiva las mujeres también hacían la fracción del pan, también bautizaban, también evangelizaban en el mismo grado de igualdad que los hombres. Había mujeres apóstoles e incluso algunas con más responsabilidades que los hombres.
“Jesús no era feminista porque eso no existía entonces. Era un ser incluyente. Incluía a hombres y mujeres, sabía leer las escrituras, y en ellas hombres y mujeres fueron creados a imagen y semejanza de Dios. Es una comunidad de hermanos y hermanas, en esta comunidad las mujeres cuentan igual que los hombres”, expresa Cruzalta.
Ahí vuelven a coincidir Cruzalta y Amparo. Durante la entrevista con Amparo Lerín, ella cita la Biblia, en especial el capítulo 16 de la Carta a los Romanos, en el cual el apóstol Pablo habla de la existencia de diaconisas y de otras mujeres fundadoras de iglesias primitivas, como la de Corinto.
“Os recomiendo a Febe, nuestra hermana, diaconisa de la iglesia de Cencreas… a Prisca y Áquila, colaboradores míos en Cristo Jesús… a María, que se ha afanado mucho por vosotros, a Andrónico y Junia, ilustres entre los apóstoles… a Trifena y a Trifosa, que se han fatigado sirviendo al Señor… a Pérside, que trabajó mucho en el servicio al Señor… a Filólogo y a Julia, a Nereo y a su hermana, lo mismo que a Olimpas y a todos los santos que están con ellos”, dice el texto.
Cruzalta agrega que en las cartas de Pablo se habla de mujeres profetas, diaconisas, que tenían muchos ministerios las mujeres, porque no tenían la estructura jerárquica actual. Eso la iglesia primitiva no lo conoció, era el servicio, no daba prestigio, era servir, por eso había muchas mujeres sirviendo a sus comunidades, fraccionando el pan o bautizando, igual que los hombres.
“No había eucaristía. No había lo que ahora tenemos, no había ministerio ordenado, no había sacerdotes ni hombres ni mujeres. Eso es posterior. Jesús no ordenó a ningún hombre sacerdote, a ningún apóstol”, declara el teólogo católico.
Tanto Cruzalta como Amparo aseguran que el apostolado primitivo proviene del ejemplo dado por Jesús, pues contrario a lo que nos han intentado hacer creer. Había mujeres entre los apóstoles y discípulos de Jesús.
“Los fundamentalistas dicen que no, que Jesús sólo ordenó varones; no ordenó mujeres. Bueno, Jesús nunca ordenó a nadie: ni varones ni mujeres”, dice Amparo. Lo que es un hecho, señala, es que Jesús tuvo discípulas, como lo dice el evangelio de Lucas, que lo seguían 12, pero también Juana, Susana, María y las demás mujeres, una de ellas la esposa del administrador de Herodes.
Pero hay algo más. Jesús le da a una mujer el privilegio de ser quien anuncie el acontecimiento más importante de su misión en la Tierra: la resurrección. No es Pedro ni ninguno de los apóstoles varones a quien Cristo se presenta por primera vez una vez resucitado. Elige a María Magdalena.
“Ella es la apóstol apostolorum, la apóstol sobre los apóstoles, porque fue enviada por el mismo Jesucristo. Jesús no escoge a un varón para decirles he resucitado, elige a María. Y apóstol quiere decir el enviado, la enviada, y ser un presbítero es ser un enviado a predicar la Palabra”, dice Amparo.
Cruzalta también resalta que María Magdalena es una discípula que se vuelve una maestra espiritual de la comunidad, en el mismo rango que el resto de los apóstoles de Cristo. Y el resto de las mujeres tenían la misma dignidad de servicio ministerial que los hombres.
El problema fue cuando la Iglesia salió de las casas y el culto se hizo público. Entonces los hombres dominaron. Por eso a partir del siglo tercero, cuando ya hubo templos y predicación pública, se crearon los ministerios sacerdotales y los hombres se los otorgaron a sí mismos. Y los han conservado por siglos, excluyendo a la mujer de la dignidad de servicio que Jesús les entregó.
LENTA LA IGLESIA CATÓLICA
Pero la Iglesia católica tampoco es ajena a la posibilidad de que algún día se pueda ordenar a mujeres sacerdotisas o al menos diaconisas. En el 2005, se supo de la excomunión 10 años atrás a siete mujeres que fueron ordenadas sacerdotes por una iglesia católica disidente.
La ordenación de estas mujeres, cuatro alemanas, dos austríacas y una norteamericana fue en un barco que recorría el río Danubio. La excomunión fue firmada por el entonces prefecto de la Congregación Vaticana para la Doctrina de la Fe, el cardenal Joseph Ratzinger, quien luego se convertiría en el papa Benedicto XVI.
Ese mismo 2005, ya convertido en Papa, salió a la luz otra mujer ordenada sacerdote por el rito católico, según testificó la BBC de Londres, en una capillita habilitada en una casa, a la que asistieron una docena de hombres y mujeres
“La BBC tuvo acceso a la ceremonia con la condición de que no revelara ni el lugar exacto ni la identidad de la mujer, que desea permanecer en el anonimato porque teme perder su trabajo como profesora de religión”, se publicó en los medios de aquel entonces.
Y llegaron otros anuncios. Que para julio de ese año ocho mujeres canadienses y una norteamericana también desafiarían al Vaticano cuando sean ordenadas sacerdotes en Canadá, convirtiéndose en las primeras mujeres católicas ordenadas sacerdotes en Norteamérica.
Aquellos sucesos coinciden con la época en que Julián Cruzalta fue invitado al Primer Encuentro sobre Ordenación de Mujeres, convocado por la Iglesia Católica Romana, que se llevó a cabo en Dublín, Irlanda.
“Llegamos como 800 gentes de todo el mundo. De la india, de Australia, que trabajamos por el ministerio de las mujeres, y el acuerdo final fue que lo que importa no es si son ordenadas sacerdotes, sino es ser discípulos de Jesús hombres y mujeres”, platica Cruzalta.
Explica el dominico que la discusión versó sobre que actualmente el sacerdocio masculino no está orientado hacia el servicio, sino como un poder, no como el servicio que tenía la comunidad primitiva de la Iglesia en los primeros dos siglos.
Lo primero es el servicio, dice, pues mientras el ministerio represente poder y no servicio, será difícil. Y afirma que hay muchas mujeres que su lucha no es porque las ordenen sacerdotes, sino que les reconozcan su dignidad.
“Cuando el sacerdocio vuelva a ser discipulado ahí si quieren estar las mujeres, mientras no cambie la visión del sacerdocio, no quieren estar las mujeres en ese sacerdocio. Mientras los sacerdotes sigan como ahora están, no quieren las mujeres ese ministerio”, resaltó.
Dice que la decisión no vendrá de arriba hacia abajo. No debe provenir de una aprobación papal, sino de un cambio cultural, porque en sus viajes por todo América Latina pregunta a las mujeres si acudirían a misa si el sacerdote es mujer. Y la respuesta la mayoría de las veces es no.
“Si el Papa ordenara mañana mujeres como sacerdotes, los católicos que viven en un mundo machista, donde se relega a la mujer, y la mujer contribuye a esa ideología patriarcal, dirán que no. No lo van a aceptar. Es una cuestión cultural, no dogmática”, expresó Cruzalta.
Tampoco se trata de quitar un hombre y poner a una mujer. No se trata de darle poder a una mujer, porque eso es lucha de poderes. Las mujeres lo que quieren es un cambio, regresar al ministerio, al servicio.
Y deja claro que esa dignidad la da Dios. Ya después vendrá la discusión del ministerio ordenado, que es un tema pendiente de la Iglesia Católica, que llegará cuando la Iglesia esté dispuesta, pero creo que no llegará pronto porque no está dispuesta.
“No vendrá por un decreto del Papa, ni lo espero en cinco años, los cambios culturales llevan 20, 30 años de educación. Urge empezar en la Iglesia católica, porque en 30 años veremos a una mujer con un ministerio”, manifiesta Julián.
FRANCISCO Y EL DIACONADO FEMENINO
Y parece que ese proceso ya comenzó, al menos entre activistas y promotores de los derechos humanos en muchas diócesis de México y el mundo. De ellos los hay también en Saltillo. Por eso tanto Cruzalta como Amparo acudieron a impartir conferencias a Coahuila, para que las mujeres reconozcan la dignidad que tienen en todos los ámbitos, social, económico y religioso.
Pretenden que los laicos lean las escrituras, porque si otras denominaciones religiosas ya llegaron al reconocimiento de esa dignidad sacerdotal de las mujeres, fue porque esas comunidades tienen 500 años leyendo la Biblia, mientras que los católicos no.
“Los católicos no leen La Biblia, la tienen como un objeto de adoración no de lectura. Le ponen su altar, sus flores, sus veladoras, compramos una Biblia grandota de filos dorados, no la leemos. Los protestantes tienen 500 años leyendo las Sagradas Escrituras, y ahí están los textos. No es el plan de Dios este desequilibrio entre hombres y mujeres”, destaca el dominico.
Por eso agradece a Dios que por lo menos en otras denominaciones religiosas ya hayan avanzado tanto en reconocer la dignidad de las mujeres y accedan culturalmente al sacerdocio femenino. Pero cree que la Iglesia católica debe ir hacia allá.
De ahí que aplauda la iniciativa del papa Francisco, quien el año pasado formó y nombró una Comisión Pontificia para estudiar con detenimiento y seriedad el tema del ministerio femenino en el diaconado, que es el primer grado del sacerdocio católico.
“Cuando den sus conclusiones, el Papa tomará su decisión en torno a esto, porque es claro en las cartas de Pablo, había diaconado femenino, Pablo nombra diaconisas”, revela Cruzalta.
Sobre ese tema, Amparo Lerín opina que si bien es cierto que la Iglesia católica va lenta en ese tema de reconocer la dignidad de las mujeres para ocupar cargos ministeriales, reconoce el esfuerzo del Papa Francisco de estudiar el tema del diaconado femenino.
“Pero te lo voy a decir como protestante, del dicho al hecho, le falta. Y creo que él tiene muy buena intención, pero hay toda una estructura que a lo mejor le ata las manos”, expuso la sacerdotisa.
Ella y Cruzalta dicen que la discusión tiene que llegar al Vaticano en su momento, pero coinciden en que no es el momento. El de otras Iglesias sí lo es, porque ya reconocen a las mujeres, mientras que en la católica las mujeres son relegadas a tareas secundarias, de catequesis, limpieza, cuando mucho ministras extraordinarias de la Eucaristía. Pero hasta ahí.
“Pero yo no pierdo la esperanza. A eso sí le apuesto, a eso le doy mi vida, mi ministerio”, se comprometió Julián Cruzalta, quien está convencido de que algún día la Iglesia cambiará y habrá sacerdotisas, como ya las hay en otras religiones.
Y cuando eso suceda, ya no volverá a causar extrañeza ver a una mujer entrar a un templo católico de Saltillo, ataviada con falda y blusa negra, con alzacuello, lentes en su cabellera, labial y rímel en su rostro, diciendo “Mi nombre es Amparo y soy presbítero, sacerdotisa del Señor”.
Notas Relacionadas
Más sobre esta sección Más en Ruta