Nacional
Publicado el jueves, 5 de enero del 2017 a las 19:09
Ciudad de México.- Fui asaltado anoche en la Ciudad de México en pleno Paseo de la Reforma, a una cuadra del departamento que ocupo desde hace cuatro años en una de las zonas de mayor flujo peatonal y vehicular de esta metrópoli.
Ver cómo mis dos asaltantes se sentaban en la banca en que yo leía y sentir el filo de sus frías navajas en mi vientre provocó que despertara mi instinto de sobrevivencia: me paré, los enfrenté más a gritos que a golpes, mientras ellos decididos a todo se abalanzaban sobre mí.
Los tres fuimos a dar al transitado arroyo de la gran avenida Reforma, en donde yo tropecé, caí a sus pies y tuve la fortuna de que me perdonaran la vida. Los vi desaparecer corriendo a toda velocidad rumbo al norte sobre Insurgentes.
Con impotencia, que en instantes se transformó en tristeza profunda, logré captar desde el frío pavimento donde yacía cómo la gente a mi alrededor era mudo testigo de mi atraco. Nadie hizo nada por mí. Indiferencia total y absoluta. Como si las violentas escenas que compartíamos fueran ya el pan nuestro de cada día.
Me incorporé y corriendo llegué a mi hogar en donde me percaté que los cacos se habían llevado mi teléfono celular, el cual había yo tirado al forcejear con ellos.
En cuestión de minutos ya los delincuentes habían logrado cambiar las contraseñas de mis redes sociales y correos electrónicos, mientras recibía alertas de que afanosamente intentaban entrar a mi cuenta bancaria.
Dediqué el resto de la noche a tomar control de mis cuentas, tarea en la que aún sigo este jueves.
Antes, me comuniqué con mis hijos para relatarles lo sucedido y en los tres encontré la empatía, el cariño y la solidaridad que tanto necesita uno en este tipo de momentos.
Más allá de mi experiencia, me preocupa y mucho lo que le sucede a mi querido México.
De un tiempo a la fecha pareciera que una gran tormenta cargada de malas noticias se ensaña con nuestro país y rescato tan solo dos ejemplos, tan grave uno como el otro:
1) Las “Trumpadas” que lo mismo ahuyentaron a la Carrier que a la Ford, perdiéndose no solo la derrama por las millonarias inversiones, sino miles de nuevos empleos. Al tiempo, el mismo presidente electo Donald Trump nos hace saber con toda claridad y contundencia: esto es sólo el principio.
2) El “gasolinazo” de un cínico, ególatra e insensible Enrique Peña Nieto, que por respuesta ha tenido la valiente oposición y protesta del sufrido pueblo mexicano en lo que pareciera ser el despertar de ese “México Bronco”, lastimado por la reiterada traición de quien se supone eligió para defenderlo.
Agréguele usted a esta breve lista las malas noticias o augurios fatalistas que cada uno de nosotros enfrentamos en nuestro personal y diario vivir.
Ante este desolador panorama corremos el grave riesgo de que con sus decisiones, los actores políticos nos hagan perder la fe y con ella el entusiasmo, la vitalidad, energía y decisión indispensables para que los nuestros y nosotros podamos librar este azaroso inicio de 2017.
Creo que por mucho esfuerzo que hagamos, en lo económico ya nos hicieron perder. A unos más, a otros menos, pero es inevitable.
Lo que no podemos permitirle a los políticos es que con su imperdonable malicia y saña roben a nuestras familias y a nosotros nuestra tranquilidad, nuestra armonía, nuestra paz, nuestra unidad y nuestra legítima esperanza en que, como bien dice la sabia y antigua leyenda, “esto también pasará”.
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