Nacional
Por AP
Publicado el domingo, 3 de mayo del 2009 a las 14:00
México, DF.- La muerte por influenza en México tiene el rostro de un subdirector del ISSSTE que estuvo en lista de espera mientras se liberaba una cama, un neumólogo y unos antivirales; el de un paisano que pasó sus últimas horas en una silla compartiendo el aire y el hombro con otros enfermos en sala de Urgencias; el de una joven arquitecta recluida, sin diagnóstico, junto a pacientes contagiados; el de un niño de 5 años a quien le negaron la vacuna de la influenza invernal porque la enfermera dijo que ya estaba grandecito
Ellos están en las bitácoras oficiales “sin análisis de laboratorio de por medio” como “muertos por influenza”. Tienen nombre, apellido, un porvenir cancelado y familias que les lloran y les rezan un novenario.
Comparten un historial de diagnósticos errados o tardíos, la peregrinación entre clínicas (públicas, privadas o “similares”), el purgatorio en salas de espera, la falta de los fármacos que les hubieran salvado la vida.
Sus muertes forman parte de las 264 registradas del 1 al 26 de abril en el DF a causa de “insuficiencias respiratorias agudas” o “neumonías atípicas”, lo que no significa que se trate por fuerza de casos de influenza A.
Hasta el 13 de abril, día que murió en Oaxaca la primera mujer por esa variedad de influenza, habían sido registrados 108 fallecimientos por causas respiratorias en la capital. Durante los siguientes 13 días perecieron muchos más: 156.
Llama la atención que los primeros 21 días de abril fallecieron, de neumonías atípicas, 9 personas menores de 40 años sin historial de enfermedades, y que del 22 al 26, en sólo cinco días, fallecieron 8 personas jóvenes y, poco antes, sanas.
Cifras oficiales
La estadística oficial a la que este semanario tuvo acceso se corta el domingo 26, tres días después de que fue reconocida, oficialmente, la epidemia. La muerte inexplicable tocó lo mismo a una empleada de mostrador, de 22 años, en Ixtapaluca; a un ayudante de cocina, de 26 años, de la delegación Álvaro Obregón; a un empleado y un médico treintañeros, respectivamente, de Iztapalapa y del Estado de México; que a una ama de casa de Neza, a una arquitecta de 26 años y a un niño de 9, de Tlalpan.
En la delegación Iztapalapa, del Distrito Federal, vivía el 22% de las personas que murieron por “causas respiratorias” entre el 13 y el 26 de abril; el 11% en la Gustavo A. Madero; 9% en la Venustiano Carranza; y 7% en Iztacalco, Benito Juárez y Álvaro Obregón.
EL TRATO COMO A CUALQUIERA
El registro fúnebre 265 corresponde a un médico mexiquense de 32 años. La causa de su muerte quedó registrada en las bitácoras oficiales como “neumonía aguda grave: influenza”.
El joven, cuyo nombre se omite, era subdirector del ISSSTE de Texcoco y atendía pacientes como médico general. Estaba casado con la joven de la que se enamoró desde que iniciaron, juntos, la carrera de medicina.
La segunda semana de abril sintió fiebre, dolor de huesos y tuvo tos. Como se automedicó y no sintió mejoría, un colega le subió la dosis. Días después arrojaba flemas con sangre. Estudios determinaron que era neumonía. Trató de internarse en el Hospital de las Américas pero no lo aceptaron: no había camas disponibles. En un laboratorio particular tuvo que sacarse placas de pulmón y tórax.
Al issste
El sábado 18 consiguió ingresar a terapia intensiva del Hospital del ISSSTE de la avenida Politécnico. Ya iba inconsciente. Los medicamentos que le recetaron no se encontraban en la farmacia del hospital. Sus familiares, uno de ellos médico del ISSSTE, llamaron a los directivos de Toluca para que “liberaran” los medicamentos porque “sí había”.
La familia tuvo que contratar a un neumólogo privado, del hospital ABC, porque el ISSSTE no tenía. El médico diagnosticó que le estaban dando mal servicio al paciente y dijo que necesitaban aparatos para atenderlo.
Ana Lilia, la hermana del médico –con cubrebocas, desde atrás de la reja de su casa cerrada con llave– recuerda: “Mi papá y mi cuñada hablaron con el director, le dijeron que no era posible que trataran así a un funcionario de nivel subdirector del ISSSTE, que cómo lo trataban como cualquier otro paciente”.
Burocracia hispitalaria
La familia padeció la cruel burocracia hospitalaria. Sin compasión, los médicos les dijeron que iba a morir y la noticia, así, de “botepronto”, provocó que los nervios de la mamá colapsaran.
“Entró el sábado y hasta el miércoles le dieron el antiviral. Si se lo hubieran dado a tiempo la hubiera librado”, dice la hermana con ojos tristes. Desde adentro de su casa de interés social se escucha el grito de su hijo, aburrido por el encierro.
El médico falleció el 25 de abril a las 10:30 horas. Ese mismo día, en terapia intensiva, se encontraba hospitalizado su hermano, con los mismos síntomas.
DE ADRIANA, NO SUPIERON QUÉ TENÍA…
En las fotos Adriana aparece sonriente, abrazando a sus perros salchicha o esquiando feliz. ¿Qué iba a preocupar a esta veinteañera recién egresada de Arquitectura? No un catarro.
“Mi hija no se cuidaba la gripa, se bañaba en la noche y salía luego con piyamita ralita. Cuando se puso mala tenía la ventana abierta, le dio neumonía, no fue la influenza. No sé si la contagiaron en el hospital, no sé qué pasó”.
Lo dice su mamá, Silvia Vaca, quien quiere hablar de su hija para que todos se enteren de que no murió por la epidemia a fin de evitar la marginación, de la que ya fue objeto por parte de unos familiares que no quisieron velarla.
Adriana aparece en el registro de muertes por males respiratorios en el DF con una acotación: “Neumonía por virus de la influenza”. Su mamá lo niega. Dice que el martes 21 ingresó al hospital San José con neumonía.
Un día después de que el Gobierno decretó la emergencia, cuando Adriana ya estaba en terapia intensiva, en el hospital les sugirieron que la llevaran a otro lugar.
Adriana ingresó al Centro de Especialidades directo al pabellón para pacientes con influenza. Su familia ya no volvió a verla. Murió en menos de 24 horas, el sábado 25 en la mañana.
“Hubo negligencia –acusa–: tenían la obligación de hacerle un estudio antes de meterla a donde había influenza. Y en el San José apenas nos entregaron los estudios que le hicieron para ver si era influenza y salió negativo”.
Óscar, otro caso
En la nebulosa del diagnóstico y la desconfianza quedó la familia de Óscar Corona, un niño de 5 años.
Hasta la Semana Santa tuvo fiebre. Un doctor le diagnosticó gripe y lo medicó, otro le cambió la receta. El jueves 16 se quejaba tanto del dolor de garganta que sus papás lo llevaron al IMSS pero no les permitieron dejarlo porque no tenía fiebre.
Al día siguiente Oscar entró al Hospital La Raza, por Urgencias, vomitaba y se convulsionaba. Le diagnosticaron neumonía, después bronconeumonía.
Aislado
“Desde que lo subieron yo estaba conforme porque le dieron un cuarto sólo para él, pensaba que estaba bien atendido, hasta que después supe que estaba aislado”, dice Marisela Pérez, su mamá.
Óscar murió el 24. En el hospital les ordenaron incinerarlo “para que el virus no fuera a salirse”. Su muerte no está registrada en las estadísticas oficiales. En su acta de defunción, sin embargo, se lee como causa de fallecimiento: “Neumonía por influenza”.
LA NACIONALIDAD DE LA MUERTE
¿La influenza respeta la nacionalidad? Si no, ¿por qué los gringos no se mueren? ¿Si Hugo García hubiera enfermado en Estados Unidos se hubiera salvado?
La duda es cruel pero real. Después de 20 años en Boston, Hugo regresó a México, se reencontró con Lourdes, su enamorada desde que eran quinceañeros, y se casaron.
En abril Hugo se sintió mal: catarro, ojos llorosos, gripe, dolor de cabeza. Aunque era un moreno robusto de 39 años, con cuerpo de toro, el viernes 17 no pudo levantarse.
“Seguro tengo esa pinche enfermedad”, dijo aterrado, la noche del 23 de abril cuando vio en la televisión que se decretaba la emergencia por influenza. “No la agarraste, tú eres fuerte”, intentó tranquilizarlo Lourdes.
A la mañana siguiente ya hacía fila en el Hospital General de las Comunidades Europeas, en Iztapalapa. A las 11:30 le diagnosticaron pulmonía y le dieron el ingreso.
“Le pusieron suero, lo tuvieron en una silla porque ya no había lugar en Urgencias, no cabía. Lo sentaron junto a un niño que tenía apendicitis”, narra su esposa en la sala, donde reza el novenario.
No lo aislaron
A las cuatro horas de espera consiguió una cama. Lourdes estuvo acompañándolo y estuvieron siempre rodeados por otros pacientes. Aunque el secretario había anunciado la epidemia, en el hospital no lo aislaron:
Los médicos le dijeron a Lourdes que se despidiera de él porque ningún paciente de influenza había sobrevivido. Ella lo abrazó, le dijo que le echara ganas, que iba a recuperarse. Pero él falleció el sábado 25.
Hugo no aparece en la lista de las defunciones por neumonía atípica ocurridas en el DF.
Lourdes recibió el cuerpo del hombre que fue su chambelán de quinceaños y con quien dio una fugaz probada a la vida en pareja. Iba a velarlo y enterrarlo en domingo, pero un amigo le aconsejó que lo enterrara de inmediato.
Ella también
El lunes le detectaron pulmonía a ella y le recetaron un antiviral inexistente en farmacias. Su familia solicitó ayuda a amigos de Puebla, Veracruz, Querétaro y Quintana Roo para pescar el medicamento, pero no hubo. Pensaban que ella también moriría, hasta que un funcionario del Gobierno capitalino los orientó para que pidieran el fármaco al IMSS.
Ella, su mamá, sus hermanos, su suegra y sus sobrinos fueron sometidos a exámenes; no les hallaron rastros de influenza.
“No tenemos el bicho”, dice su hermana, con la convicción de quien quiere ser escuchada por los vecinos, que tratan a su familia como si estuviera apestada.
“Piensan que tenemos la enfermedad. Nadie nos quiere hablar. El otro día que venía del médico me sentí como esos perros echados a perder; una vecina me cerró la puerta”, dice la abuela.
Hugo sospechaba que lo había contagiado un muchacho de Texas, enfermo, que les estornudó en la cara a él y a un amigo en un tianguis. Ambos compartieron agua con él y contrajeron gripe.
Lourdes no alberga el virus, pero tiene encapsulado el coraje: “Las autoridades hubieran avisado antes, a lo mejor no con la alarma con la que suspendieron clases, sino más tranquilo, días antes. Con que hubieran dicho que había ese riesgo hubiéramos tomado conciencia”.
Él se fue suspirando por la vida que llevaba en Boston como chofer de limusina. Ella recuerda que en el hospital de Iztapalapa, en el tumulto, él comenzó a extrañar Boston.
“Me decía que la vida allá era diferente, que allá todos tienen seguridad social, que vas al hospital, te atienden, tienen máquinas y médicos. Estaba enojado. Decía: ‘pinche país, nada más vine a morirme’”.
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