Arte
Por Rodolfo Naró
Publicado el jueves, 21 de septiembre del 2017 a las 04:20
Ciudad de México.- Cayó el día, y con la noche llegaron sonidos nuevos, ruidos que nunca habíamos escuchado. 12 horas despues del temblor que desequilibró a varias ciudades del centro del país y sobre todo a la Ciudad de México, por fin Andrea y yo nos fuimos a cama. Pero fue imposible dormir.
A las 13:14 horas del 19 de septiembre el edificio que habito desde 1994, una torre de siete pisos, sin previo aviso de alarma sísmica, comenzó a bambolearse, crujió como un quejido de vértebras a punto de trozarse. Los libros cayeron de los estantes y en el suelo sonaron con peso muerto, las botellas de licores del bar, como esferas reventaron a mis pies y los floreros liberaron el agua apestosa de días. Cuadros, cajones y su estridencia de cubiertos, lámparas, porcelanas. Fue imposible contener todos aquellos ruidos, el último quejido de las cosas que amamos.
Todo fue un lento abrir y cerrar de ojos que pudo haber durado un eterno minuto. Despues vino la calma. Ese silencio que dura rápidos segundo y que, como quien emerge de las profundidades del agua, escuchamos el correterar de los gatos buscando un mejor escondite, una sirena, el llanto de un bebé, un claxon y luego otro y otro y un grito de histeria. El primero de nuevos sonidos que estábamos por descubrir, que llegaron con la noche.
¿Quién distingue la sirena de una ambulancia y la de bomberos? ¿Qué tan lejos está cuando sientes que te revienta el tímpano? Hasta mi casa, en el séptimo piso llegaron, como niebla de otro tiempo, el paso constante de sirenas, el zumbido de las plantas de luz, arrástrar de cadenas, golpes de martillo sobre la piedra como ecos de memoria. El chocar de las cubetas, gritos de hombres y mujeres que rescataban a altas horas de la madrugada a otros hombres y mujeres.
Hasta mi cama, ventanas abiertas sofocando un leve calor de otoño, escuchamos el rodar de maquinaria pesada. Por avenida Universidad, el paso de contingentes arriba de grandes vehiculos. Más tarde, sólo murmullos, algún grito desesperado, órdenes y un “shh” de silencio. Mientras que en el cielo no dejan de volar helicópteros y drones. Pero sobre todo, toda la noche después del temblor escuchamos el ladrido de perros de rescate que, al amanecer, estaban afónicos y exhaustos. Sin embargo, seguirían ladrando y ladrando al encontrar vida entre los escombros.
@RNaro
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