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El Faro Rojo: De nido de amor a escena del crimen

Por Ruta Libre

Publicado el lunes, 16 de enero del 2017 a las 18:20


El rechazo de su mujer lo llenó de cólera. Fuera de sí, arremetió a golpes contra ella hasta apagarle poco a poco la vida

Por: Rosendo Zavala

Saltillo, Coah.- Sintiendo que la daga del desprecio le atravesaba el corazón, Sidronio pateó a su mujer hasta dejarla inconsciente en la cama, mientras le seguía implorando el amor que ella ya no le daría nunca más porque él la había matado a golpes.

Enloquecido de celos, el mecánico hizo un último intento por sentir la calidez de Mary, quien para entonces ya había cedido ante la bestialidad del verdugo que se sintió humillado cuando le negaron una noche de pasión frenética.

PURA FIESTA

Utilizando la tradición como pretexto, Sidronio buscó la manera de salvar su deteriorada relación, y en un intento desesperado por mantener despierta la llama del amor con su mujer la invitó a Zacatecas. Eran días de fiesta e imaginaba que con sus acciones “románticas” mantendría viva la llama de la esperanza.

Así pasaron los días, con la pirotecnia que durante noches iluminó el rancho polvoriento y la nostalgia de tiempos mejores junto a su amada al comenzar a formar la familia que siempre había deseado.

Aquel pasaje de septiembre pareció pintar de ilusiones a los que desde hacía cuatro años vivían en unión libre, aunque lejos estaban de pensar que la muerte se interpondría entre ellos cuando menos lo esperaban. Y es que el carácter violento del “Romeo” de pueblo hacía imposible la convivencia entre ambos, porque las golpizas y bajezas verbales a los que María de Lourdes se sometía eran tantas, que el amor se había muerto sin que se dieran cuenta.

Con todo y eso, los festejos patronales del ejido donde había crecido Sidronio se habían convertido en el aliciente que podría salvar el compromiso sentimental con su señora, a la que pretendía amar sin restricciones, pero a su manera.

Poco después, la pareja retornaba de su viaje con renovados bríos y decidida a fortalecer la relación que hasta entonces había sido tormentosa, debido a la forma como se trataban.

Sofocados por el calor veraniego de julio, los enamorados arribaron a Saltillo y aquella tarde de miércoles se internaron en la soledad del taller que tenían en la colonia Del Bosque, donde el mecánico trató de coronar su cortejo, pero algo falló porque la mujer aceptó dormir con él aunque sin hacer el amor.

PASIÓN QUE MATA

Y es que un rotundo “no” rompió el silencio de la noche, desatando el coraje del mecánico que humillado reclamó a la mujer sobre su negativa, incrementando su ira cuando ella le recetó una segunda bofetada de desprecios con la indiferencia que lo hizo estallar en cólera.

Al sentirse burlado en lo más profundo de su machismo, el talachero arremetió contra la señora, tirando una tanda de puñetazos y patadas que le asestó en las costillas para luego ahorcarla, desfogando el dolor que sentía de haber visto mutilada su hombría.

Con el coraje vaciado en el cuerpo de su dama, el atacante durmió como piedra mientras la desgracia comenzaba a posarse sobre el fallido nido de amor, que desde entonces dejaría de serlo para convertirse en escena del crimen.

Poco después, el sonar de los vehículos que transitaban indiferentes por la calle Álamo disolvió los sueños del asesino, que intentó despertar a Mary cuando una extraña sensación lo invadió y lo hizo pararse de inmediato.

Horrorizado por la escena que estaba viendo, el autoviudo intentó esconder su pecado minimizando cualquier vestigio del ataque que lo convirtió en homicida.

OCULTAR LOS HECHOS

En un acto desesperado por salvar su honra, el criminal corrió por todos los rincones de la casa tratando de encontrar algo que pudiera esconder su delito, hasta que en el patio ubicó un mecate que tomó suponiendo que le serviría en el momento.

Presuroso, el mecánico sacudió la cama y tomó una cobija para amortajar el cadáver, envolviéndolo con la soga para formar el bulto que cargó con dificultad, bajando sigiloso la escalera de la segunda planta para dirigirse al sitio donde arreglaba los carros que le encargaban.

Mostrando temple de acero, el sujeto arrojó el cuerpo a una fosa que cubrió con cal para que el olor no delatara su crimen, estacionando un viejo autobús para encubrir su maldad mientras se daba a la fuga para evadir la acción de las
autoridades.

Semanas después, el fervor patrio inundaba Saltillo cuando el matón regresó a “la escena del crimen”, llegando a un domicilio de la Guayulera para tratar de reiniciar su vida con el estigma del asesinato que había perpetrado meses antes.

Con la conciencia tranquila y decidido a encontrar la paz que necesitaba, Sidronio empezó a reconocer cada rincón de la ciudad como si fuera nueva, sintiendo que la vida le otorgaba una nueva oportunidad para crecer como persona.

Entre el mosaico tricolor de los festejos independentistas que adornaban las calles, el homicida deambulaba cuando fue aprehendido por agentes encubiertos de la Procuraduría, que lo aseguraron para trasladarlo a sus instalaciones en donde lo someterían a fuertes interrogatorios.

Ahora, al enamorado que se quedó sin mujer, el recuerdo de su vileza lo atormenta sabiendo que nada puede hacer para cambiar la historia.

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