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El espectáculo debe continuar

Por Ruta Libre

Publicado el lunes, 20 de febrero del 2017 a las 18:01


Tras la legislación de ‘circos sin animales’, han tenido que evolucionar para no desaparecer

Por: Rosalío González

Saltillo, Coah.- En esa tarde negra la incertidumbre le congeló las manos a Rachel. Todo estaba planeado: el transporte se llevaría a Tape y Shein, sus dos caballos. Aquel momento no se le olvida porque sintió como si se llevaran una parte de sí.

Bajo la carpa, la impotencia de perder a sus animales era un grito ahogado. Una legislación les prohibió en 2015 que ellos fueran parte del espectáculo del circo, por lo que en esa tarde de marzo debieron partir junto con elefantes, cebras, canguros y monos. Era eso o vivir a salto de mata para evitar a las
autoridades.

“Fuimos víctimas de una cacería de brujas”, dice Rachel. Cacería que dejó como resultado más de 4 mil animales sacrificados y un estimado de 2 mil trabajadores sin empleo, sin contar los corazones rotos de aquellos que se vieron obligados a separarse de sus
animales.

Todos tenían nombre, dueño y familia en el circo. ¿Que si les lloraron? “Claro que hubo lágrimas. Muchas. Su partida dejó un silencio extensivo, pero el espectáculo debía continuar, aunque nunca sería igual”.

A Rachel se le humedecen los ojos cuando recuerda a sus caballos. Ella es parte de la cuarta generación de los empresarios y artistas circenses Fuentes Gasca. Ahora le toca dirigir un circo sin animales porque la ley los obligó a transformarse o de lo contrario a morir. Así nació La Carpa del Terror, que este febrero llegó a Saltillo. Ahí conocimos la historia negra que existe detrás de una legislación que tenía como objetivo la protección de los animales, pero parece ser que el efecto fue otro, el menos esperado.

CORRER CON SUERTE

“Me llamo Christian Rachel Fernández Fuentes y fui jinete estilo amazonas”, dice. Dejó el escenario cuando sus caballos se fueron.
“No estar con mis caballos y salir del escenario fue el momento más triste de mi vida”.

Es joven y fuerte, tiene unas piernas poderosas con las que puede saltar y esquivar cualquier obstáculo a su paso. Rachel entrenó desde pequeña para montar; aprendió a cuidarlos, comunicarse con ellos, a identificar sus malestares, y a ser una con ellos cuando los montaba.

Por la orilla del escenario central Rachel los hacía galopar sin necesidad de un fuete, sólo con su cuerpo. No usaba silla de montar ni látigos; no había correas. La época de agitar su cabellera abundante con la fuerza del aire se acabó. El honor de convivir con Tape y Shein sólo duró dos años.

Tape es un caballo gitano proveniente de Hungría. Su pelaje, rizado y grueso, es físicamente lo que más le gusta a Rachel. Shein es holandés; un hermoso equino bicolor de crin blanca y negra. Los imagina y apunta al escenario como si los estuviera viendo ahí.

El rumbo de los caballos y el resto de los animales se dividió entre un rancho y un zoológico particular. Fue la única opción que tuvieron Rachel, su familia y sus compañeros para evitar que la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) se los quitara. Ahora los ven con poca frecuencia y durante menos tiempo. Siguen haciéndose cargo de su alimentación y salud.

No todos los animales de circo corrieron con la misma suerte. Muchos de ellos fueron asesinados por las autoridades con la justificación de que estaban físicamente mal. Los sacrificaron en diferentes puntos del país, se lee en las noticias.

En los primeros meses de 2015, cuando todavía ni siquiera entraba en vigor la ley, las autoridades informaron que se sacrificarían 4 mil animales de circo por “falta de espacios para su conservación”. La ley no previó el fenómeno ni facultó a las dependencias gubernamentales para aplicar la legislación. Se los quitaron y luego no supieron qué hacer con ellos.

Sin espacios disponibles ni recursos para construirlos, la Federación buscó a organizaciones de animales para que ayudaran con lo que pudieran, pero no se dieron abasto. Tampoco hubo dinero para el pago de los veterinarios que atendieran a los animales. El proceso colapsó.

El estado de Coahuila fue uno de los que manifestó interés en ser sede de uno de los refugios para animales que el Partido Verde propuso. Han pasado dos años desde que la ley se aprobó y del refugio no existe ni el recuerdo.

El año pasado la Semarnat censó otros mil 298 animales de circo, todos los recogió y 80% de ellos fueron sacrificados o vendidos a personas que terminaron asesinándolos. Pocos quedan vivos. “Qué coraje, Dios mío”, dice Rachel cuando se entera del fin que tuvieron.

Los animales que sobreviven lo hacen en situaciones penosas. Los tíos de Rachel, los Fuentes Gasca, fueron separados de sus animales y a estos la autoridad los envió a Tepojaco, Hidalgo, un pueblo en el que 70 tigres de Bengala y Siberia, camellos y cebras viven comiendo poco y sin los cuidados prometidos.

LA HERIDA ABIERTA

El mensaje que se emitió entre 2014 y 2015 sobre la protección a los animales que, según el Partido Verde, estaban siendo maltratados y explotados en los circos del país, desembocó en el hostigamiento contra los trabajadores de las carpas.

Rachel recuerda el día que en Monterrey un grupo de activistas llegó al circo donde ella trabajaba como jinete y del que ahora es administradora. Llegaron y los agredieron. Un domador se lió a golpes con uno de los defensores.

“A los supuestos defensores de los animales la prensa les ha dado todas las facilidades, a ellos sí los escucharon, y nos lincharon a nosotros. Pero ¿dónde están ellos ahora?, ¿dónde estaban los animalistas cuando los animales que nos quitaron se estaban muriendo?, ¿por qué les aplicaron la inyección letal?, ¿dónde están los santuarios que prometieron?”, cuestiona impotente Rachel.


Animalistas fueron los que más presionaron para que la ley que prohíbe los espectáculos circenses con animales se aprobara.

Con los animales el público también se fue. Las ventas bajaron de manera notoria y el personal tuvo que recortarse y adaptarse en el tiempo que buscaban soluciones para la crisis que dejó casi en la bancarrota a todo un gremio.

Rachel se quedó, pero otros domadores se tuvieron que ir. Así, quienes hacían saltar a los tigres, juguetear a los leones, sonreír a los monos y correr a las cebras, terminaron en oficios lejos de la pista, barriendo el escenario, levantando las torres metálicas, cobrando los boletos o fuera del circo, viviendo vidas sedentarias que no sienten suyas.

Los animales “salvados” terminaron asesinados o eufemísticamente “sacrificados”, en términos de las autoridades. Para los artistas del circo no hay argumento que valga.

“Decían que nosotros los golpeábamos, pero ellos los mataron. Que los dejábamos sin comer, pero ellos los mataron. Que en el circo los explotábamos, pero ellos los mataron. Que nosotros somos el mismísimo diablo, y ¿ellos qué son?, porque les recuerdo, ellos los mataron”.

Caminar las entrañas del circo y preguntarle a cualquiera sobre los animales es como tirar de carne viva, es una herida abierta que no tiene fecha de cicatrización. Todas las anécdotas y horas les recuerdan a esos excompañeros de vida. No hablan de una u otra especie de animal, sino de nombres, edades, sentimientos, costumbres, de animales que son recordados como hijos.

“No te puedo hablar por todos, te hablo por nosotros, si los cirqueros hubiéramos querido a los animales sólo por el dinero que deja el espectáculo, ¿crees que hoy haríamos esfuerzos para mantenerlos vivos y en un lugar bien? Si los seguimos manteniendo aun cuando ya no están en el circo, es porque nosotros los amamos”.

EVOLUCIONAR O MORIR

Faltaban dos horas para que comenzara la primera función de su temporada en Saltillo y una falla en el sistema eléctrico los dejó sin luz. Rachel y los técnicos corrían hacia todas direcciones tratando de restablecer la electricidad. Esa es ahora la responsabilidad de la examazona.

Igor tenía que pintarse la cara. Invierte en promedio 15 minutos en poner las sombras y arrugas que le dan el aspecto de ayudante del mal. Salió de su casa rodante para tomar la poca luz que quedaba del día y maquillarse.

Igor nació en el circo cuando sus padres, Teresa y Mario, se encontraban trabajando una temporada en San Luis Potosí, durante su regreso a México. Teresa Ávila venía de una gira triunfal en el extranjero, con el nombramiento que recibió en 1975 de “Reina de los Circos” en Perú.

Era trapecista, una de las mejores del país. Ahí en las alturas conoció al padre de Igor, Mario Navarra. Se enamoraron y se casaron. Así consolidaron juntos una tercera generación en el espectáculo de la carpa.

Igor retomó el trabajo de su abuelo y dejó de lado la opción del trapecio y los saltos mortales. “Lo mío es el clown. Preferí seguir la herencia de mi primera generación, aunque respeto mucho el trabajo que hicieron mis padres”.

Él no tiene fácil su vida en el circo. Como sus padres, Igor enfrenta un reto igual de mortal que esos lanzamientos y giros en el aire acompañados por el sonido de los tambores que tensionan al público al máximo. Ese reto es la evolución del espectáculo.

“Nunca trabajé con animales, ni un perro siquiera, pero muchos compañeros sí lo hicieron y también formaban parte del show. Creo que eran el atractivo principal del circo, así que cuando se fueron los animales vivimos un momento difícil, sentimental y económicamente, creo que todavía estamos superándolo”, platica.

Hasta antes del 2015, los circos en el país llevaron a ciudades y pueblos sus espectáculos y animales a los que muchos no hubieran podido acceder si no es porque el circo llegaba hasta ellos.

“El circo llevaba cultura a los pueblos. El conocimiento es cultura y que la gente pudiera conocer a un animal los beneficiaba”, dice Igor.

Desde 2015 y hasta hoy, cuando llegan a una ciudad pequeña, la gente les pregunta si traen animales, y cuando les dicen que no, nos contestan que “entonces ¿cuál es el chiste?”. En su departamento rodante, Igor tiene las fotografías y los recuerdos de los años maravillosos del circo con animales. Sin ellos lo que han hecho es cambiar el show hasta que guste.

A ESCENA

Mira al piso y luego a sus manos que le tiemblan. Ya no hay animales, pero algo en el circo ruge: es el público que pide más. Alfonso viste un traje holgado, entra y sale del escenario porque junto a Igor su trabajo es presentar y animar entre acto y acto.

“Ya te toca”, le dice Estéfano, el joven que tras bambalinas ofrece tragos y bocados a los invitados especiales del circo. “Vas”, le repite. Alfonso entra y la gente aplaude. Ingresa al interior de una esfera hecha con tiras de metal. Después de él un motociclista entra a escena y comienza a dar vueltas a la orilla del escenario.

Alfonso está caracterizado del payaso “Eso”, de la popular película Eso, que surgió del libro homónimo escrito por Stephen King. Perdió la sonrisa y el sarcasmo retador que mantiene cuando tiene el micrófono en la mano y bromea con el público, ahora está nervioso, al menos alerta.

El motociclista entra a la esfera y mientras cierran la puerta se miran a los ojos. Comienza el acto. La motocicleta toma velocidad y como hacha pasa a los costados de Alfonso cortando el aire. La velocidad aumenta, el payaso no se mueve, no respira siquiera, cualquier movimiento en falso puede terminar fatalmente. El público va acercándose al filo de la butaca.

“Todavía los sorprendemos. Eso es algo que a los artistas nos llena porque escuchamos a la gente impresionarse o el silencio cuando están atentos a lo que hacemos”, comenta Rachel, que desde hace dos años no pisa el escenario dentro de un acto.

Mientras eso sucede en el reflector, fuera de él un equipo de trabajadores se moviliza para que el show pueda continuar. En La Carpa del Terror trabajan 65 personas de manera permanente, más los que se contratan en cada ciudad para auxiliar en diferentes actividades.

Si en el escenario hay adrenalina, en el entorno también. Trabajadores de limpieza, técnicos de luz y sonido, vendedores de productos con la marca del circo y los tramoyistas, que tienen el cronómetro del espectáculo instalado. Gritan, empujan, cargan, deslizan, todo rápido para que esté en el escenario al momento justo.

“Somos un gran equipo”, dice Alfonso Campa, mientras maquilla a un joven de piel color cacao. Le pone en la frente hojuelas de maíz para que tome el aspecto de carne podrida. “Soy un zombi”, dice el actor.

Los efectos se hacen con cereal, papel o látex líquido; el actor se pone de pie y luego comienza a caminar en el camerino mientras se le seca el maquillaje.

Vuelve la luz. Un hombre pasa corriendo por todas las campers anunciando la noticia. “Ya hay luz. Pueden encender los focos, volvió la luz”. Falta una hora para que comience la función y los camerinos son un hervidero de actores y actrices, trapecistas, bailarines aéreos y contorsionistas.

Necesitaban la luz, pero no la querían. Preferían la tiniebla, la complicidad de lo que no se ve. Todos aprovechan para maquillarse y arreglar los detalles de su vestuario. Jóvenes mujeres de piernas largas se arreglan en el camerino de al lado, en el que sólo hay hombres y todos se desprenden de la ropa con la naturalidad de la rutina.

Se escucha la música. Es en la carpa, donde se ha montado un mundo paralelo de animadores y monstruos. “Tú ni asustas con esa máscara, mejor ve a que te maquillen”, le pide a uno de los jóvenes que en túnica deambulan por el circo.

NUEVO PÚBLICO

La Carpa del Terror tomó este concepto para atraer a los jóvenes, a esos que de niños fueron al circo a ver animales y que ahora van a reír con frases en doble sentido y que gritan cada que las luces se apagan. Para esta nueva clase de circo tuvieron que contratar a un productor peruano para que les ayudara a reconstruir el show.

“Hubo un momento en el que no supimos qué es lo que el público quería”, dice Rachel, pero ahora han encontrado la fórmula que les permite seguir vigentes, sin dejar las carpas, su vida errante, su tradición en el espectáculo.

Otras empresas circenses hicieron lo propio y pusieron en escena espectáculos acuáticos o con vehículos motorizados, temáticas de películas, series o cómics. Todo por sobrevivir en esa única vida que sólo ellos entienden.

Ni aun así los dejan en paz, el 10 de febrero de este año, autoridades en Torreón clausuraron El Circo de las Pesadillas por presuntas faltas al Reglamento de Protección Civil. Tres días después el Alcalde interino, Jorge Luis Morán, acusó al circo de incitar a la violencia.

“Acabamos de pasar por un episodio lamentable como el homicidio de una jovencita con signos claros de que los involucrados tienen influencias de violencia”, declaró el Munícipe, sin aportar pruebas de su dicho.

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