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‘El Beby Loco’, sobreviviente del narco

Por Ruta Libre

Publicado el lunes, 19 de junio del 2017 a las 15:56


Eduardo Patricio, 'el Beby Loco', es uno de los pocos jóvenes que lograron alejarse del violento mundo del narcotráfico

Por: Néstor González

Saltillo, Coah.- “El Beby Loco” probó la sangre desde muy joven. Con apenas 15 años ya andaba metido con gente de “la maña”, porque todos en el barrio estaban en lo mismo. No era sicario, pero él y varios chavitos de su vecindario ya jalaban, por las buenas o por las malas, con “estacas” de los comandantes de los Zetas.

Es de los pocos jóvenes de su barrio que sobrevivieron a la época de mayor violencia en Saltillo. La mayoría de los conocidos y amigos de su edad están en la cárcel, muertos o desaparecidos.

Ahora tiene 20 años. Trata de vivir una vida alejada de la violencia, aunque la sangre del barrio sigue caliente, nunca se enfría.

“Ya no me peleo, pero si hay algún morro que se quiera pasar de verga, pues me aviento un tiro”.

Lo dice de frente, sin esquivar la mirada. A pesar de un cuerpo revestido de tatuajes, “El Beby” no es el asesino a sangre fría del que se corre la leyenda por su barrio, ni el sicario sanguinario que algunos dijeron que es. Es, como la mayoría de sus conocidos, una víctima de las circunstancias.

Los tatuajes de su cabeza, incluso de su rostro, no opacan el carisma de este joven originario de San Luis Potosí, quien bien podría encarnar a Pancho López.

Su realidad es algo distinta a la del monstruo del que se habla en el barrio, pero tampoco es ajena a esos años en los que la delincuencia tomó las calles de Saltillo de manera descarada, bajo el amparo de quién sabe quién, o quién sabe quiénes.

Cuando fue entrevistado se le recomendó conservar el anonimato para evitar algún tipo de represalia, pero él sonríe y sin miedo dice: “Como quieran, no hay falla… esos Zetas son culos”.

SIN INFANCIA

Eduardo Patricio no tuvo niñez. Sus papás se separaron cuando él tenía 6 años y su padre los dejó encargados con los abuelos. Su mamá los recogió a él y a su hermano, dos años mayor, y se vinieron a vivir a la colonia Omega. Su papá se quedó en la colonia Zaragoza.

“Pues niñez, así niñez que tú digas, pues no, ¿verdad? Desde los pinches 11 años empecé con las pandillas”.

“El Beby” tampoco se ha refugiado en la religión. Contesta que no cree en ella, que es falsa, responde con desdén, con desprecio. Se le dice que existen muchos chavos que dicen haberse rehabilitado a través de la religión, como los de Cristo Vive.

“Al chile no… La otra vez me la hicieron de pedo los putos. Es puro pinche pedo, mucha raza se va ahí nada más por la trama (comida), pero ne, si platicas con uno de Cristo Vive te va a decir lo mismo, y si platicas con otro de Cristo Vive, te va a decir lo mismo”.

Asegura que nunca estuvo involucrado con el cártel de los de la última letra porque a él no le gustaba ese “show”. Que sí se juntaba con un vato que era “estaca”, pero que a la mayoría de esos los mataron. Él se consideraba más del barrio, nunca como parte del crimen organizado.

“Era la misma gente que jalaba del barrio. Lo que querían era feria y chingo de raza se metió a jalar. Dos tres se metieron a jalar para chingarnos, ¿verdad?, pero se la pelaron los vatos”.

En ese tiempo nadie tenía dinero, todos estaban morros, nadie les daba la mano, pero como los de la “maña” a veces les pagaban y a veces no, él prefirió no entrarle. A él en específico lo querían de “estaca”, o para andar vendiendo. Explica que las estacas son los que cuidan al comandante. Ellos sí andan armados, al resto lo traen de vendedores.

“A mí me jalaba el desmadre; la pinche feria, pues a la verga, pero el desmadre sí está chido, la pinche adrenalina de andar ahí jalando”.

DEBE MÁS MUERTITOS

“El Beby” ingresó al Tutelar de Menores a los 15 años acusado de homicidio.

Ahí duró un año 10 meses y luego fue trasladado al Centro de Readaptación Social. Dice que nomás fue uno el muertito que le pudieron comprobar, de los otros nunca supieron.

Cuenta que a dos o tres “güeyes” del barrio los dejaron en coma, entre él y su otro compañero. Los agarraron a batazos hasta que ya no se movieron. Por eso dice que aunque su expediente marca un solo homicidio, sabe que debe más.

“Un vato que era de la Guerrero le tiraba fila con mi carnal, una bronca acá en la norte. Otro camaradilla le dio chingos de fierrazos. Yo wachaba que le pegaba y yo dije ‘pinche vato puñetas’; yo traía un pico de botella y el vato la quebró, pero nunca supieron de ese show, nada más que Los Pelones, que Los Pelones… y en ese tiempo había un chingo”.

En su barrio, como en muchos otros de Saltillo, el crimen organizado había desmembrado las pandillas en busca de carne de cañón para sus encuentros con las fuerzas federales.

Cuenta que en aquel entonces cualquiera “jalaba” con los de la letra. Era común tomarse a “morrillos” que sacaban el radiecito y ya no se sabía ni qué, ni quién era bueno o quién malo, porque cuando él anduvo ahí con esos vatos los paraba la ley, los bajaban, daban una clave y se iban los polis como si nada.

“Nomás los que sí anduvieron reventando cabezas fueron los soldados y la Marina, pero algunos soldados también andaban jalando con los Zetas, daban el pitazo”.

–¿Y la Policía local?

“No, pinches municipales, eran unos pinches corruptos. Esos güeyes si te hallaban robando acá, te entregaban con los Zetas; si ellos veían que les estabas robando, te llevaban y te desaparecían a la chingada”.

–¿Viste morir amigos tuyos?

“La última vez supe de un compa con el que andaba, que estaba balaceado en Monterrey. El camarada sí era ‘hommie’ de nosotros”.

ENTRE SOLDADOS Y NARCOS

En su barrio, el de la Omega, todo lo tenían controlado. La mayoría de los morros jalaban. Ahí la única autoridad que entraba eran los soldados, la Marina, y cuando ellos entraban sí se hacía el “desmadre”.

El Ejército no pactaba ni se andaba con contemplaciones. Llegaba disparando sin preguntar. De los soldados nunca se sabía a cuántos mataban, pero recuerda que decían que eran los que iban ganando, pero dice que sí tumbaron a varios soldados.

–¿Qué tan grave era?

–No pues todo lo controlaban los pinches Zetas. Lo bueno que se mataban entre ellos mismos, mucha gente de los mismos de ellos los mataban. Al camarada que me acuerdo que teníamos, que también era del barrio, era comandante el vato, y una vez le pusieron un cuatro los mismos comandantes de los Zetas.

Cuenta que se iban a agarrar a “pelotazos” allá por la salida a Torreón. Iban como en convoy a “darles en su madre a los marinos. Los que venían al frente llegaron tirando balazos hacia arriba. Y el comandante, su amigo, que era del barrio, llegó después y a él sí lo balacearon.

Para “El Baby” a su amigo le pusieron un cuatro porque era un cuate a toda madre, a quien sus “estacas” lo apreciaban mucho, incluso los de otros comandantes se querían venir con él. Piensa que ese fue el coraje de los otros. Y por eso lo eliminaron.

EL ENCIERRO

De la calle pasó al encierro. Más de un año pasó en el Tutelar de Menores cuando lo agarraron acusado de homicidio. De eso no hace mucho tiempo, por eso lo recuerda claro, como si hubiera pasado ayer.

“De primero sí eran mamones los putos, ¿verdad? Yo me hice lidercillo de los barrios ahí, casi todos me hacían caso. Los que nos juntábamos casi éramos puros de secuestro, homicidio, y unos dos de robo que se juntaban ahí con nosotros”.

Cuando recién entró eran casi 40 internos, pero hubo un tiempo en que cayeron más, algunos que sí habían sido sicarios. Los traían de Tamaulipas, pero esos salían pronto porque ahí no había juez federal para menores, y por eso sólo duraban entre tres y cinco días los que caían por armas o drogas.

Estaban también los que se fugaban o a los que ayudaban a fugarse. Entre ellos un camarada suyo que le decían “La Guadaña”. Se llamaba Carlos Carrasco y era de Sabinas. De él recuerda que se escapó tres veces.

Una de esas veces, “La Guadaña” estaba entre los indiciados y destrozó una ventana de atrás, pero se dieron cuenta y mejor se salió por la misma puerta. Volvió a entrar otras veces, porque lo agarraban de nuevo y se volvió a escapar, pero esa vez se llevó a otros dos que acaban de llegar.

De esa segunda ocasión cuenta que estaba bien dormido, pero se despertó porque llegaron muchos Policías, lo cual le extrañó. Pronto se daría cuenta de que era por su camarada, que se había vuelto a escapar.

Pero para ese entonces a “El Baby” ya le quedaba muy poco tiempo en el Tutelar. Cuando llegó la sentencia, que para él fue mucho tiempo, casi un año con nueve meses, decidieron trasladarlo al Penal varonil, pero para su fortuna en el Cereso sólo estuvo tres meses encerrado.

–¿Estás arrepentido?

“Arrepentimiento no porque aprendes. Yo lo vi como experiencia, porque me acuerdo que hasta yo mismo antes de que me agarraran decía ‘ya no quiero esta pinche vida de mierda’, y como a los dos meses nos agarraron”.

Su mamá también se lo decía, que nomás estaba esperando el día en que le tocaran la puerta y le dijeran que ya estaba muerto o que lo habían metido al Penal, porque era mucha la gente que le traía ganas, entre autoridades y enemigos.

CARNE DE CAÑÓN

De aquella época se acuerda todo. Recuerda que eran los “malos” quienes buscaban en los barrios a los más “prendidos”, a los líderes de las pandillas, a los más bravos. Y los reclutaban a veces con promesas, otras a la fuerza.

A los que no se dejaban los levantaban. Nomás un día ya no se sabía de ellos. Andaban por la calle recolectando a los que anduvieran vestidos como el barrio. Por eso muchos se volvieron “fresillas” o “vaqueros”, cambiaban de estilo de vida, decían que ya no eran “cholos”.

Hubo otros que no la libraron. Los agarraban sin preguntarles. Uno de ellos fue otro camarada de “El Beby”, del que cuenta que sólo duró haciendo trabajos para los “malos” un mes, y luego lo agarraron. Ahora cumple una sentencia de 55 años.

También se acuerda de una ocasión en que estaban cotorreando con unas “morras” en la colonia Nazario cuando llegaron los “malos”. Con ellos venía un comandante y dentro de los vehículos traían a varios cholos amarrados. De vez en cuando les daban martillazos para que se callaran, mientras las “estacas” cotorreaban.

En otra ocasión estaban en una esquina cuando vieron que se bajaron de unas camionetas con sus cuernos de chivo, apuntándoles directamente. Cuando aquellos vieron su cara de miedo, les dijeron: ‘eh, putos, ¿pa qué se culean?’.

Lo que vieron a continuación fue que escurría algo de los vehículos. Era sangre. Traían a varios levantados bien “madreados”. Era gente del barrio que se había metido o los habían obligado a andar con los enemigos. Y les había tocado la de malas. Se sabía que luego los iban a ejecutar.

–¿Cuánta gente regresó al barrio así como tú?

“No pues a la mayoría la mataron. Sí anda ahí ‘racilla’ jalando, ¿verdad?, porque anda entrando un pinche nuevo cártel y pues sí andan dos tres putos ahí. Todavía conozco gente que anda ahí con gente pesada”.

–Oye, se presume mucho eso de la seguridad, pero las mismas autoridades han dicho que el riesgo de que regresen está latente.

“Eso es puro pedo, ahorita está en las orillas toda la flota. Todavía hay gente, ¿cuál pinche seguridad? Están bien pendejos los güeyes”.

ADONDE MISMO

La vida que lo metió a la cárcel le dio otra oportunidad. Ahí tuvo tiempo de reflexionar, de leer, de recibir consejo, de darse cuenta de todo lo que vivió y lo que se vivieron el resto de sus camaradas que terminaron mal.

No los justifica, pero sabe que tampoco tenían opción. Se acuerda de un camarada que se metió con los “malos” para ayudar a su mamá. Y como él había mucha más raza que lo hacía por algo bueno, porque era gente de escasos recursos que veía una manera de tener dinero fácil para su familia.

“Porque pinches fábricas… ¿cuánto te pagan los putos? Una mierda. Entonces era la única forma que agarrabas dinero chido”.

Reflexiona y recuerda por lo que él pasó. Una historia similar a la de otros del barrio que estuvieron navegando en la vorágine de la violencia hace unos cuantos años, y llega a una sabia conclusión.

“Yo digo que cada quien tiene que hacer conciencia. Yo siempre le digo a los ‘hommies’ que es un círculo vicioso, porque nos quedamos en lo mismo, por eso hay que hacer cosas diferentes.

Dice que su vida cambió al salir de la cárcel. Aunque no niega la cruz de su parroquia –se conoce y conoce su carácter–, sabe que si alguien le “canta un tiro” y si es “limpio”, sin armas, se lo avienta, pero si no, mejor le corre. Ahora anda en regla y prefiere no volver al encierro, porque sí le dolió mucho estar adentro.

Aunque aquel dolor tuvo sus cosas buenas. Por ejemplo un maestro de nombre Cleofas lo aconsejaba mucho. Le decía seguido que no cayera en la rutina, porque si no iba a “valer madres”. Por eso lo buscaba seguido para platicar con él.

El encierro también lo hizo leer. Ahí aprendió lo que muchos maestros no lograron en la primaria: que agarrara un libro. Y no fue uno, sino muchos los libros que dice haber leído mientras estuvo preso. Leía de todo, aunque lo que más le gustaba era la Historia de México, porque dice, esa “sí está con madre”.

Aunque hubo un libro que fue su favorito. Era El Gran Pretender, que trata sobre cholos de Tijuana. Le gustó porque “te cuenta al chile cómo está la situación”. Era como un espejo que le decía cómo era la época en la que el barrio era chido y cómo de repente se desaparecían los camaradas.

Y fue eso, la ayuda que él mismo buscó la que lo hizo cambiar, porque los encargados del Penal sólo están para cuidar. Cambiar es una decisión de cada quien, porque la cárcel por sí sola no cambia.

Pone el ejemplo de otro que conoció allí en el Penal, que no era cholo, pero que había caído por varias transas. Cuando por fin salió, volvió a lo mismo, y por eso lo volvieron a agarrar, y ahora sigue encerrado.

“Yo sí le digo a los ‘hommies’, ‘al tiro, no vayan a cometer una pinche pendejada. El cambio está en uno’”.

Se los dice a los ocho o nueve que quedaron en el barrio. A esos pocos que quedaron de la raza que se fue, de la generación que se perdió en aquella vorágine de violencia. A esos pocos que quedan los ven como familia, porque son leales. A razón de ello decidió tatuarse el altar en la frente. Aunque sabe que aún entre esa raza también hay traiciones.

–¿Traición, en qué sentido?

“Al chile, dos tres vatos andaban jalando todavía acá. Vendían droga, y la última vez, hace como dos tres meses, agarraron a mi carnal, le pusieron un cuatro y pues, al chile, la cuñada del ‘hommie’ le puso el dedo a mi carnal y pues el vato andaba defendiendo a la morra.

“Era raza con la que tenían muchos años rolándola con ellos, pero la traición en el barrio no se perdona. Y desde aquel día el vato ya no se deja ver por el barrio, porque su carnal se las piensa cobrar”.

Por ese tipo de cosas es que dice que es posible que las cosas se vuelvan a poner igual que antes, porque todavía hay raza que quiere controlar. Que le quieren entrar. Lo que ve es que se están organizando. Él mismo ha visto cómo están volviendo a reclutar, pero ya no cholos, ahora a hombres más grandes, a puro señor.

Piensa que quizá sea porque los “morros eran bien paletas”. Les gustaba andar presumiendo sus radiecitos. Por eso se delataban. Y ya fuera la autoridad o los contras, los agarraban y con dos o tres cachetadas los hacían delatar a los otros o llevarlos con sus jefes. Por eso ahora ya están agarrando a gente grande.

Recuerda que llegó incluso a ver dos o tres bodegas con una gran cantidad de armamento. Había decomisos y todo, pero ellos de todos modos tenían guardado más. Y mientras más les quitaban, más armas sacaban quién sabe de dónde.

“Ahorita hay dos o tres paletosos, pero sí se va a poner gacho, yo creo que sí se va a poner gacho…

TIENE FUTURO

Patricio es papá. Está esperando un hijo más. Dice que tiene varios, pero no lo dejan verlos. Dice que el “morrío” que viene pronto va a nacer, y que por él es que tiene otra mentalidad. Trabajar para darle al pequeño otra vida, una distinta a la que él vivió.

Aunque ahora está trabajando en una fábrica no cree durar mucho allí, porque el sueldo es muy poco, el trabajo mucho y no le gusta que le manden. En pocas palabras: no le gusta dónde está pero no hay de otra, es lo que hay.

También le anda haciendo a la boxeada, pero también tiene ganas de poner un negocio, aunque ahorita no tanto porque le anda dando mucha “hueva” por lo del embarazo de su “chava”.

–¿Qué futuro ves para tu hijo?

“Hay que enseñarle valores. Mucha raza aunque nos vean así, tenemos más valores que mucha gente. Lo que es el carnalismo, la lealtad y el respeto nosotros lo tenemos bien centrado, hay mucha gente que no lo tiene. Cualquier puto que no tenga valores ya se chingó en esta vida”.

Habla de que si no se enseña a respetar la casa, tampoco se va a respetar la calle. Pero sobre todo, habla de vivir y luchar por sus sueños, porque es fácil acostumbrarse a la rutina, y dice “la pinche rutina nos mata”.

“El Beby” se mantiene activo, ayudando a su comunidad en un centro comunitario. Junto con un grupo de amigos, a los que llama “hommies”, está formando un grupo musical, que busca plasmar las vivencias de estos jóvenes.

Son esos jóvenes, que como él, se han convertido en sobrevivientes de un submundo violento, que durante unos años hizo desaparecer las pandillas, cuyos integrantes fueron utilizados por el crimen organizado en la primera línea de fuego.

Hoy quedan pocos, muy pocos, que todavía pueden contar lo que sucedió en ese tiempo. Quién sabe cuántos más queden como Patricio, que tuvo la suerte de sobrevivir al infierno y ahora está pensando en construir su futuro.

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