Arte
Por Christian García
Publicado el sábado, 21 de enero del 2017 a las 10:05
Saltillo, Coahuila.- Ayer Donald Trump rindió protesta como presidente de los Estados Unidos armado con una clara postura xenófoba y antimigratoria; es en tiempos cómo estos en los que más necesitamos la fraternidad, la unión y la eliminación de las fronteras.
Por eso la noche del jueves, en el Teatro Fernando Soler, se presentó la obra Amarillo, dirigida por Jorge A. Vargas. Entre el público se encontraban migrantes que residen en la ciudad y que se reconocieron en la obra.
La puesta en escena cuenta la historia de un migrante anónimo, metáfora de las personas que pierden su identidad en el camino hacia Estados Unidos, hacia Amarillo, Texas.
LA BESTIA, EL HAMBRE, LA SED
El personaje, interpretado por Raúl Mendoza, aparece sobre el escenario cargando una mochila y un garrafón de agua, mientras a sus espaldas un muro lo bloquea. El muro sirve como pantalla para proyectar imágenes de migrantes reales.
El personaje comienza a decir nombres, nacionalidades y edades de hombres y mujeres, viejos y niños, después aparecen las imágenes del tren llamado “La Bestia”, cuyo lomo transporta a personas que ya son sólo rostros sin nombre.
El hombre corre tras el monstruo de metal que avanza sin detenerse, hasta que logra alcanzarlo y lo monta. Ahí narra el hambre, mientras resuena el silbido del tren, transformando al espectador en otra persona encima de “La Bestia”.
El siguiente transcurre en el desierto, donde prevalecen el hambre y la sed. El personaje narra lo que siente al verse privado del agua, mientras una mujer señala los síntomas de la deshidratación, del sufrimiento que es vivirla.
ME VOY AL NORTE
El protagonista yace en el piso a causa de la deshidratación. En el escenario, la mujer pregunta al público de quién es el cuerpo, de quién era amigo, hermano o padre. A su lado, otras mujeres comienzan a vaciar arena en el escenario.
En el muro se proyectan imágenes de ciudades de Estados Unidos, la meta de todos los que sueñan con ir ahí, pero que no todos logran. Cuando se encienden las luces, el personaje anónimo lee una carta encontrada en el pantalón de un migrante.
Después las mujeres toman el escenario, hablan entre ellas, leen cartas en las que piden a los gobiernos de México y EU que regresen a sus esposos; hablan de esa parte oculta, de las familias que se rompen con la decisión de marchar “al norte más allá del norte”, de las mujeres solas.
La esposa del protagonista habla sobre cómo extraña a su esposo, pero cómo ha logrado sobrevivir. El actor y la actriz bailan violentamente en la representación del enojo de ambas partes al separarse.
Después las actrices comparten las historias de las mujeres que se han arriesgado por ese sueño americano: adultas, niñas, jóvenes embarazadas, cuyos hijos nonatos mueren en sus vientres.
AGRADECIDOS Y EMOCIONADOS
Al final de la obra, unas bolsas llenas de arena bajan al escenario, mientras el personaje principal está en el suelo. Las mujeres rompen las bolsas y vacían su contenido para mostrar cómo el desierto cubre el cuerpo del hombre, envolviéndolo, nuevamente, anónimo.
Al finalizar la obra los actores, y el director agradecieron al público e invitaron a subir a los migrantes al escenario, al igual que al padre Pedro Pantoja, quien dirige la Casa del Migrante.
Mainol Saúl López, migrante guatemalteco, dijo a Zócalo que se sentía “muy feliz porque, aparte de que es la primera vez que voy al teatro, es una obra que muestra la misma situación en la que estamos y eso me emociona mucho”.
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