Sociedad
Por
Hilda Sevilla
Publicado el martes, 15 de septiembre del 2009 a las 11:00
Monclova, Coah.- Diversas visiones tienen historiadores mexicanos acerca del Padre de la Patria, Miguel Hidalgo y tema del cual se ha escrito repetitivamente, ¿Héroe, mártir o simplemente un delincuente, que empleó la religión para su propio beneficio?
Y una de las más importantes es la que el historiador Lucas Alamán escribe acerca de Hidalgo, por ser contemporáneo del sacerdote y testigo presencial de la matanza de las familias españolas en su ciudad natal, Guanajuato.
Autor de “Historia de México” y “Disertaciones sobre la historia de la República Mexicana”, entre otras publicaciones, Alamán, quien nace en 1792 y muere en 1853, describe físicamente a Miguel Hidalgo, luego de haberlo conocido en una de las visitas que éste realizó a dicha ciudad.
“Era de mediana estatura, cargado de espaldas de color moreno y ojos verdes vivos, la cabeza algo caida sobre el pecho, bastante cano y calvo, como que pasaba ya se sesenta años, pero vigoroso; aunque no activo ni pronto en sus movimientos: de pocas palabras en su trato común, pero animado en la argumentación a estilo de colegio, cuando entraba en el calor de alguna disputa. Poco añilado en su traje, no usaba otro que el que acostumbraban entonces los curas de pueblos pequeños”.
Pero Alamán es agudo en su crítica hacia el sacedorte, la cual plasma en su obra literaria, donde muestra sus defectos, errores y destaca una imagen desordenada y desobligada de Hidalgo, la carencia de estrategia política como de guerra y muestra un lado incitador y revoltoso, al grado de mostrarlo como delincuente
El historiador desmiente que haya concebido la idea de independencia como un plan estructurado para armar la revolución y muestra el aspecto religioso como una herramienta mal utilizada para la manipulación del pueblo que enardecido, cambió la insignia.
“Viva la religión, Viva nuestra madre Santísima de Guadalupe, Viva Fernando VII, Viva la América y muera el mal gobierno”, con la que originalmente se incitó al movimiento, se cambió por la frase “Viva la Virgen de Guadalupe y mueran los gachupines”; cuyo grito justificó para el ejercito insurgente la matanza, el desorden, el saqueo y el caos que generaban por cada pueblo que estuvo en el camino de Miguel Hidalgo y Costilla.
En su obra, Alamán narra otro aspecto de Hidalgo: “Los colegiales le llamaban “El Zorro”, cuyo nombre correspindía perfectamente a su carácter taimado”.
El autor muestra a un sacerdote dado al juego y las apuestas, dedicado en gran parte de su curato en Dolores a las actividades ilícitas en su momento, de los torneos de peleas.
Y en cuanto a inicio de la Independencia, Alamán escribió: “Conforme avanzaba el movimiento, cada vez se respetaban menos las haciendas y propiedades… desvirtuándose de esta manera el origen del movimiento y conviertiéndose en una revuelta, sin base ideológica y política, fundada sólo en la rabia mal enfocada del pueblo”
El guanajuatense afirma también: “Los medios que empleó Hidalgo para ganar popularidad, destruyeron los cimientos del edificio social, sofocaron todo principio de moral y de justicia.
Y han sido el origen de todos los males que la nación lamenta, que todos dimanan de aquella envenenada fuente”.
Y continúa diciendo que el carácter de Hidalgo, su incompetencia y su terquedad, son los defectos que llevaron al cura a tomar decisiones equivocadas que a la postre, derivaron en el desmantelamiento de las fuerzas insurgentes y a la muerte de los líderes, incluyendo al mismo Miguel Hidalgo.
Alamán asegura que el rompimiento del cura con Allende, Aldama y otros insugentes, así como el elevado número de enmigos que ganó “pudiendo haberse mostrado amigos o por lo menos indiferentes”.
Por la destrucción y saqueo de su ejército, fueron los sucesos clave en el fracaso momentáneo que vivió el movimiento en 1811, con la captura de los líderes, en Acatita de Baján.
Como éste, son muchos los textos que se han escrito acerca de la verdadera historia de Miguel Hidalgo.
José Antonio Crespo, afirma en su libro titulado “Contra la historia oficial” lo siguiente: “Hidalgo, una vez preso en el norte del país, confesó su política hispanicida”.
Crespo dice que el sacerdote guerrillero explicaría dicha masacre en términos pragmáticos: lo hacía para dar gusto a los “indios y la ínfima canalla… que deseaban esas escenas”.
Al ser interrogado sobre porqué no sometía a sus víctimas a un juicio antes de ejecutarlas, respondió Miguel Hidalgo: “No era necesario, sabía que eran inocentes”, comenta el autor.
Y es que en una de las batallas, fue cuando el cura Miguel Hidalgo I. Costilla permitió a sus hombres asesinar en Guanajuato a numerosos criollos mexicanos.
Al recuperar la Plaza Calleja, según Crespo, ordenó concentrar 14 mil indígenas y mestizos enemigos y para no gastar en pólvora, ordenó degollarlos.
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